Ubicada en el Asia central y con una población de aproximadamente 1.240 millones de habitantes, prácticamente el doble de la totalidad de la población europea, y que superará a China (1.370 millones) en menos de 20 años, es probablemente uno de los mayores e inadvertidos gigantes dormidos de la economía mundial.
País multicultural y único en materia religiosa, donde se originaron 4 de las más importantes del mundo: el hinduismo, el budismo, el jainismo y el sijismo. Y donde el islam, la segunda religión del país con algo más de 150 millones de fieles, llegó a través de sucesivas invasiones mogolas, al igual que el cristianismo, en menor medida, que siendo hoy en día minoritaria, llegó a través de las colonias fundadas por navegantes y comerciantes portugueses. El agua, elemento simbólico principal de la mayoría de las religiones, sigue siendo a día de hoy uno de los principales factores que rigen la vida del país. Desde los actos de purificación en los templos, hasta las actividades más cotidianas.
Mejorar el saneamiento es uno de los principales retos que afronta el país a la hora de dar un espaldarazo definitivo a su incipiente desarrollo. De hecho, a pesar de las inversiones realizadas en los últimos tiempos, el 69% de la población India continúa sin acceso a un saneamiento adecuado, y es que el problema no tiene sólo que ver con las inversiones en letrinas e infraestructuras, sino también con los hábitos. La costumbre de la defecación en espacios abiertos, extendida entre la población india en general (urbana y rural), y la comunidad hindú en particular -quienes cuentan con un texto llamado “Leyes de Manu” que fomenta la práctica, lleva al país a tener indicadores de saneamiento peores que los de países más pobres como Afganistán, Burundi o el Congo.
El propio Gandhi destacaba que un buen saneamiento, que prevenga de convertir el agua en un vector de contaminación microbiológica, era más importante que la independencia de Gran Bretaña. Y sin embargo, la salud pública sigue siendo el gran tema pendiente del país, ya que garantizar el acceso a un agua limpia y de calidad es algo que todavía no se ha logrado ni siquiera en las principales ciudades, donde los propietarios de viviendas, restaurantes y hoteles deben contar con sus propios sistemas de tratamiento y potabilización.
Aun así, en India destaca la extrema dualidad entre el ámbito rural, constituido mayoritariamente por un número inalcanzable de pequeños pueblos y aldeas diseminados a lo largo de todo el vasto territorio, donde la agricultura y una rudimentaria industria transformadora son las principales fuentes de ingresos para sus habitantes, y el urbano, con bulliciosas ciudades como Nueva Delhi, que con sus algo más de 18 millones de habitantes, y sus otros tantos millones de vehículos de todo tipo (coches, motos, carromatos, bicicletas, etc.) es un verdadero enjambre de luces, ruido y contaminación a cualquier hora del día y de la noche.
Actualmente, el 31% de la población vive en ciudades, mientras que el 69% restante lo hace en el campo. Sin embargo, se espera que para el año 2030, los porcentajes se igualen. Esto, nos da una clara visión de la enorme presión migratoria que, en conjunto con el propio crecimiento orgánico (la tasa de natalidad es de 2,5 hijos, cerca del doble de los 1,32 hijos en España), se cierne sobre unas ciudades, cuya rápida y desordenada expansión las caracteriza por sus problemas sistémicos de acceso al agua y movilidad.
Consciente de estos graves problemas, el gobierno de la India está tratando de cimentar el futuro crecimiento del país en torno al desarrollo tecnológico, prestando especial atención a las ciudades, donde se promueve la transición y transformación hacia modelos de “Ciudades inteligentes”.
De acuerdo a la hoja de ruta establecida, los principales elementos de trabajo para la mejora urbana son: un adecuado suministro de agua y un sistema de saneamiento eficaz, incluyendo la gestión de residuos, la movilidad y el transporte público, el acceso a la vivienda, especialmente para el segmento de la población más pobre; y una robusta conectividad y digitalización, así como la mejora de sanidad y educación. Gran parte de estas medidas van destinadas a dotar a las ciudades del atractivo y las condiciones necesarias para atraer la inversión extranjera a través de empresas occidentales en busca de talento tecnológico.
De hecho, el objetivo último del país es replicar el modelo de ciudades como Bangalore que tras evaluar las inversiones necesarias en infraestructuras para mejorar sus carreteras y red eléctrica como base indispensable para el desarrollo de un tejido industrial potente, han apostado por saltar las etapas tradicionales pasando directamente desde el sector primario (la agricultura) a la más avanzada tecnología de la información, logrando convertirse en una de las ciudades más innovadoras y productivas de toda Asia.
Bangalore hoy es ya un auténtico referente mundial.