Tras una votación popular convocada por SEO/BirdLife en la que participaron más de 2.000 personas, el gorrión común (Passer domesticus) ha sido elegida Ave del Año 2016. Este ave sedentaria, explica esta organización conservacionista, se distribuye por todo el planeta y aunque es muy habitual en entornos urbanos, su población ha disminuido en los últimos años. «En España, los análisis indican una caída de más de un 10% respecto a 1998 pero en otros puntos, como es el caso de Londres o Praga, su ausencia resulta preocupante.
Las causas del declive no son claras. Entre otros factores, se asocia a la intensificación agraria, al aumento del uso de pesticidas en zonas cercanas a los núcleos urbanos rurales, a la eliminación de puntos de nidificación o la contaminación», afirman desde la web de SEO/BirdLife. No solo pasa en Europa. Sucede en muchas partes del globo. No en vano cada 20 de marzo se celebra el Día Mundial del Gorrión (World Sparrow Day, https://www.worldsparrowday.org ) a iniciativa de la Nature Forever Society (https://www.natureforever.org/ ) de India, otro lugar donde también han detectado su mengua.
El gorrión común (una de las cinco especies de gorriones que hay en nuestro país https://www.seo.org/2015/03/20/como-distinguir-los-gorriones-espanoles-por-gabriel-martin/ ) ha sido el ganador en una votación en la que participaban dos aves más, el sisón y el alimoche, ambas mucho más escasas, llamativas y difíciles de ver que este pequeño paseriforme tan habituado a la presencia humana. Es de agradecer que haya sido él el escogido porque, además de querer incidir en las causas que han generado su declive, la elección de este gorrión pone de relevancia algo que escasea cada día más: el valor de lo común.
Por razones extrañas, al ser humano le pirra lo que escasea, le pone lo «único», lo «especial», le encanta ser «diferente» y «exclusivo», como si fueran adjetivos buenos por sí mismos. De hecho, esos calificativos inspiran la mayor parte de anuncios publicitarios y generan un montón de negocios multimillonarios ligados al lujo y la ostentación. Como las joyas, por ejemplo, que más caras son cuanto más escasos los materiales que las componen. Si de repente en algún lugar se descubriera un filón inagotable de oro, el llamado metal noble valdría lo mismo que nada. Si encontráramos una infinidad de diamantes, rubíes, zafiros y esmeraldas en el subsuelo de algún planeta cercano, su precio se devaluaría estrepitosamente. Pero mientras tanto, (y dejando aparte los usos industriales que algunas de estas gemas puedan tener) la pasión que muchos de nuestros congéneres sienten por poseer y, sobre todo, por mostrar al resto del mundo lo que ellos tienen y, en concreto, lo que los demás no podrán tener, mueve ingentes cantidades de dinero. Eso parece ser lo más fascinante: ser dueños de una «rareza», de algo que yo tengo –patrimonio, estatus, poder, …– y tú no.
Pero también hay quien sabe darle a lo común el valor que se merece. Como los artistas que crean sus joyas con guijarros, moldeados por el océano durante largo tiempo, incluso miles y miles de años, testimonios de una historia que atesoran en su geología. O los que recolectan los vidrios que el mar devuelve tras haber pulido sus cantos, en forma de hermosas gemas marinas. Hay en el mundo numerosos coleccionistas que valoran lo que el mar ha hecho con nuestros desperdicios. Incluso existen asociaciones como la North American Sea Glass Association (https://seaglassassociation.org/ ) o páginas de Facebook como la llamada The Ultimate Guide to Sea Glass (https://www.facebook.com/ultimateseaglass ) centrada en dar a conocer la belleza de estas piezas…también súper únicas, por cierto.
Como los guijarros, el gorrión común también es de lo más habitual y resistente. Que ahora ya no lo sea tanto y que haya incluso desaparecido ene varias ciudades de la Tierra debería darnos pavor, además de una inmensa tristeza. Dejando de lado las cuestiones ambientales que lo están conduciendo a esta situación –no solo al gorrión, si no a miles de especies en todo el mundo– este pájaro gregario y sedentario, como la mayor parte de los humanos, es uno de los últimos vínculos entre los urbanitas y el mundo silvestre. Ese es, quizá, uno de sus mayores valores: su capacidad de mantener en unas ciudades cada vez más desnaturalizadas esas conexiones ancestrales entre el hombre y la naturaleza. Si nos llegáramos a desvincular, si algún día nos desprendiéramos de ese nexo primigenio… quién sabe si sabríamos encontrar el camino de vuelta. Por si acaso y como dijo Unamuno, «procuremos más ser padres de nuestro porvenir que hijos de nuestro pasado». Larga vida al gorrión común.