La memoria es traviesa y, al enterarme de la muerte de Oliver Sacks hace poco, lo primero que recordé de él es que nadaba dos horas cada día. Dos horas. Y lo hacía cada día. Me extrañó mucho que de todo lo que había leído de Sacks y sobre Sacks, lo primero que me apareciera en la memoria fuera eso. Que nadaba dos horas por día. Así que me puse a indagar y descubrí la relación entre agua y ciencia que tanto defendía.
Oliver Sacks procedía de una familia de nadadores casi compulsivos. Su padre nadó hasta los 94 años de edad. Y Sacks siguió esa estela. Sacks fue el menor de cuatro hermanos. Nació en el seno de una familia judía ortodoxa de Londres. De su familia adquirió el amor por la cultura, el conocimiento y, también, la medicina.
Sacks creía que la natación era instintiva y que debemos aprender a caminar pero no a nadar. Aún así, durante muchos años recibió una lección semanal de un entrenador ruso, Slava. Lo hacía para perfeccionar su estilo, y su estilo de espalda era especialmente bueno.
Oliver Sacks pensaba que la edad desaparece cuando uno está nadando. Solo existe la abrumadora sensación de inmersión total, de flotabilidad, de bienestar y de la sensación se acariciar a través del agua oscura y sedosa.
Nadar, estar en el agua, era parte de su método de idear, y de hilvanar pensamientos. Lo tenía integrado como una forma de activar la creatividad «Siento que pertenezco, que todos pertenecemos, al agua», decía en esta entrevista. “En el agua dejo de ser un intelecto obsesivo y un cuerpo tembloroso».
El agua y su unión con el mundo
Para Sacks el agua propicia un estado de unión particular con el mundo. Iba más allá o más atrás del famoso “sentimiento oceánico” acuñado en su día por Freud para conectar con la seguridad del útero materno. Sacks parecía unirse a un momento y a un color primordiales: “El color del mar en el paleozoico”, ese “índigo” cuya aparición tan bien describe otro apasionado por el agua y el azul aquí, en este libro.
Este otro autor, además, juega a fondo con esa emoción de la unión con el mundo desde el agua y desde el estar -en reposo o en movimiento- dentro del agua. Wallace, el autor de Blue Mind conecta esta emoción placentera y casi mística con una llamada a la acción, a la conservación de todo nuestro entorno. Este otro autor comunica desde la emoción con una base científica. También, y esto a alguno le dará cierto repelús, con ciertos ribetes “new age”. Típico producto de la Costa Oeste, dirían muchos otros. Puede ser.
En cualquier caso, que ese sentimiento tan básico provocado por el agua pueda ser el motor de una forma de divulgar la ciencia, me parece interesante. Pero, por muy diferente que el autor de Blue Mind parezca ser respecto al médico británico, ambos coinciden en la importancia de estas emociones para comunicar, para hacerse entender, para llevar a la acción.
El azul, del agua, ese azul que en la esfera cultural tanto de Sacks como Nichols está asociada a la tristeza y a la melancolía (el “blues”). En manos de estos dos nadadores obsesivos se convierte en un color de acción y esperanza. Una incitación positiva en favor del medio ambiente desde el agua. Unir agua y ciencia.
El Indigo que Sacks cita en “Alucinaciones” es, pues, equivalente a un estado mental, emocional de vibración activa y serena, casi alegre.
Nada que ver con la letra de un clásico como “Mood Indigo” de Duke Ellington. Tampoco está mal para escuchar mientras uno recuerda a los que nos han dejado.