Es la Fuente de la Vela, y marca el inicio de un interesante proyecto de regeneración urbanística: el arroyo de Chenggyecheon, un canal ancestral que fue recuperado en 2005 para devolver a la megalópolis un elemento natural capaz de catalizar el desarrollo económico, recuperar raíces históricas, y sentar la base de un urbanismo más sostenible y respetuoso con el entorno.
Chenggyecheon, un éxito de proyecto
Y vaya si ha tenido éxito. Los 10,8 kilómetros por los que discurre el Chenggyecheon son un oasis de paz en medio del bullicio de la ciudad. Tanto los residentes locales como los turistas lo aprecian, pero su impacto va mucho más allá: previene el riesgo de inundaciones, ha aumentado en un 639% la biodiversidad del lugar -de 62 especies de plantas se ha pasado a 308, los 4 tipos de peces que allí habitaban se han convertido en 25, y las 15 especies de insectos del lugar en 2003 son ahora 192-, y ha reducido tanto el ‘efecto isla de calor’ -la temperatura es entre 3,3 y 5,9 grados inferior a las de calles paralelas- como la contaminación -se ha pasado de 74 microgramos de partículas nocivas por metro cúbico a 48-.
Teniendo en cuenta que de forma natural el arroyo sólo discurre en la época de lluvias, razón por la que en otras estaciones se han de bombear 120.000 toneladas de agua para crear una profundidad de 40 centímetros, el Chenggyecheones un ejemplo perfecto de cómo el ser humano, al contrario a lo que se ha hecho habitualmente, puede modificar el entorno para abrirlo a la naturaleza y hacerlo más saludable.
Diferentes ecosistemas
De hecho, a lo largo del Chenggyecheon se han ‘construido’ 29 pequeños hábitats que recrean diferentes ecosistemas. Ahí está el de la marisma, en el que han encontrado refugio varias especies de anfibios y de aves migratorias que ahora tienen un santuario. Por si fuese poco, el lugar se utiliza habitualmente para diferentes actividades culturales que llenan de vida una arteria que antes estaba colapsada por vehículos. Así, el canal actual es una versión mejorada del que fluyó durante la dinastía Joseon (1392-1910).
El proyecto supuso una inversión de más de 200 millones de euros y el desmantelamiento de la autopista elevada con la que se había tapado el arroyo original tras la Guerra de Corea (1950-53) para permitir el desarrollo industrial que ha convertido al país en uno de los ‘tigres asiáticos’. La abultada factura hizo que el Ayuntamiento, dirigido entonces por quien luego fue presidente, Lee Myung-bak, recibiese un alud de críticas. Pero las estadísticas demuestran que fueron infundadas.
Un beneficio económico para la ciudad
El Chenggyecheon también ha supuesto un importante beneficio económico para Seúl. El número de negocios a lo largo del canal aumentó tras su construcción en un 3,5%, el doble que en el resto de la capital. El número de gente que trabaja en los aledaños se incrementó un 0,8%. Este dato contrasta con la caída generalizada del 2,6% en el resto de la ciudad. Además, el precio del suelo en torno al arroyo ha crecido entre el 30% y el 50%, y el proyecto atrae a unos 64.000 visitantes al día.
Salvando las distancias, el proyecto de Chenggyecheon recuerda al que ha convertido la ría de mi Bilbao natal en una arteria saludable. Recuerdo cómo de pequeño solíamos evitar acercarnos por el mal olor que despedía el agua fétida. Ahora, después de un largo proceso de limpieza y canalización de aguas residuales, incluso se celebran pruebas de natación y concursos de saltos. No en vano, tanto Seúl como la capital vizcaína han sido ciudades en degradación por la actividad industrial que encontraron en el agua una terapia eficaz para llevar a cabo una transformación que las convirtió en un ejemplo de buenas prácticas urbanas para el siglo XXI. Tanto el Nervión como el Chenggyecheon son muestra de que desarrollo y respeto por la naturaleza no están reñidos. Al contrario, pueden ser dos aliados formidables.