No soy escritora ni me dedico a escribir literatura, si bien es algo que siempre me gustó y me hubiera gustado hacer más seguido. Por ahora, es una actividad que realizo en mi tiempo libre.
Me considero una inventora-contadora de cuentos amateur por lo que no tengo “claves” literarias aprendidas en un contexto académico para escribir, ni cuentos largos ni cortos.
Cuando escribo cuentos cortos, y en este caso un microrrelato científico, lo hago de manera totalmente intuitiva. Aquí, simplemente les voy a contar los pasos que seguí para darle forma al cuento corto que luego se transformó en un microrrelato (porque no escribí el microrrelato al primer intento!).
En primer lugar, soy bióloga y tiendo a sintetizar ideas cuando escribo, y esto es algo que probablemente me ayudó a redactar el microrrelato con el que participé en el concurso de Microrrelatos Científicos de Fundación Aquae el año pasado.
Escribir un cuento corto, creo que es fácil para todos, pero un microrrelato es algo un poco más complicado, porque hay que encontrar las palabras justas y ordenarlas de manera tal que cuenten mucho más de lo que se escribe –literalmente- en el papel. Creo yo que este tipo de relatos tienen que, de alguna manera, despertar ideas, interrogantes, o algún tipo de sentimiento en el lector para lograr su cometido. Es como si se intentara contar una historia mencionando palabras claves y sembrando una idea en el cerebro del lector, que sigue completando los espacios faltantes sin necesidad de leerlos.
Un ejemplo de esto es un microrrelato que leí hace unos años y que me impactó muchísimo. Es un cuento de Hemingway conocido como el “cuento más corto del mundo” que dice simplemente “se vende zapatos de bebé, sin usar”. Este cuento me dejó atónita. Esas pocas palabras me decían tantas cosas: ¿En qué circunstancias, qué pasó y cuándo se perdió ese bebé? ¿Por qué? ¿Quiénes eran los padres? Pude sentir la tristeza del padre que publica el anuncio, porque era un bebé esperado, y eso lo sabía porque ya que habían comprado zapatitos para él o ella…
Con esta idea en la cabeza, de contar algo sin describirlo pero generando el uso de la imaginación del lector, escribí una primera versión de mi cuento, que era un cuento corto pero descriptivamente completo. Un texto en el que describía en detalle la situación que quería relatar, pero que doblaba el número de palabras permitidas para el concurso.
Comencé entonces, un trabajo de pulido de ese texto, en el cual iba eliminando las palabras que no eran necesarias (que al borrarlas no cambiaban el significado de la oración) o conjuntos de palabras que podían ser reemplazados por una o dos palabras.
En cada intento, iba borrando o «podando» más, pero siempre manteniendo la idea principal y buscando que la esencia del relato que quería contar no se perdiera. Así es como después de varios intentos, llegué a la versión final de mi cuento “El fósil”.