A la población china le cuesta decidir qué le preocupa más, si el desarrollo económico o la rápida degradación del Medio Ambiente.
Si responden con el corazón, reconocerán que la respuesta correcta es la primera. Pero también es cierto que cada vez son más conscientes de que el crecimiento a costa de un uso indiscriminado de los limitados recursos naturales no resulta viable. Y por eso, los dirigentes chinos han comenzado a poner énfasis en la necesidad de buscar la sostenibilidad de un sistema que, como apuntó en su última conferencia de prensa el anterior primer ministro, Wen Jiabao, debe regirse por el ambicioso lema ‘crecer menos, pero crecer mejor’.
Quizá por eso, las palabras de moda ahora en China son ‘verde’, ‘ecológico’, y ‘sostenible’. No obstante, en demasiadas ocasiones se pronuncian sin que la realidad lo avale, como mero reclamo publicitario o de imagen. Afortunadamente, comienzan a verse proyectos en los que sí son de aplicación estas etiquetas. De hecho, en las últimas semanas he tenido la ocasión de visitar dos de ellos: el plan para la conservación de los humedales de Ningbo, una ciudad manufacturera de la costa este, y la hoja de ruta delineada por las Autoridades para el desarrollo de Beihai, una ciudad de la costa sur cercana a Vietnam que servirá de prueba para el resto de zonas fronterizas.
En ambos casos se busca compaginar el crecimiento económico imprescindible para mantener la creación de empleo con la imperiosa necesidad de proteger la naturaleza. En el caso de Ningbo, donde se prevé construir una nueva ciudad dedicada casi en exclusiva a la fabricación de tecnología punta, el Gobierno ha decidido proteger 43,5 kilómetros cuadrados de marismas en las que encuentran refugio miles de aves que migran cada año de Australia a Siberia, y en las que también viven 13 especies protegidas.
En cuatro kilómetros cuadrados, y con la excusa de que todos los ciudadanos deberían tener acceso a disfrutar de la exuberante flora y fauna del país, se ha optado por construir también un pequeño parque en el que los visitantes reciben una dosis de conciencia: aprenden qué es y por qué resulta vital la biodiversidad, se acercan a la vida de las aves a través de potentes cámaras que les permiten seguir sus pasos en tiempo real, y pueden recorrer parte del parque natural en barca o en vehículo eléctrico.
Para algunos, esta fórmula atenta directamente contra el concepto mismo de ‘proteger’ un espacio, pero en China se reproduce a menudo. En Beihai, donde han decidido proteger otro humedal, el ecoturismo también se perfila como la solución perfecta: “Por un lado, no contamos con los recursos necesarios para vigilar la zona, algo que se suple con los ingresos de los turistas. Por otro lado, todo lo que sea un contacto respetuoso con la naturaleza sirve para que la gente sea consciente del grave problema que tenemos en China y de la necesidad de proteger el Medio Ambiente en todas sus facetas”, comenta Chen Guozhi, funcionario de la ciudad-piloto para el desarrollo de zonas fronterizas. “En la primera fase del turismo chino, la gente quería ver los grandes monumentos del país, pero ahora ya se interesa por otro tipo de cosas y hay que aprovecharlo”.
Que China, el principal contaminante del mundo, tome conciencia de la situación crítica actual es algo que atañe a todo el mundo. No en vano, el 25% de la contaminación de California, por ejemplo, tiene su origen en el gigante asiático.