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El impacto ambiental de la obsolescencia programada

impacto ambiental de la obsolescencia programada y el el crecimiento de la basura electrónica
¿Cuándo te compraste tu último teléfono móvil? ¿Y tu último ordenador? Si lo acabas de hacer... ¿cuánto crees que tardarás en comprarte el siguiente? Cada vez otorgamos un período de vida más corto a los productos que adquirimos. Por factores de diversos tipos se está instaurando en la sociedad la idea de la obsolescencia programada, una problemática que acarrea un crecimiento imparable de la basura.

Precisamente ahora que vemos las consecuencias que tiene el maltrato de la especie humana al medio ambiente y por tanto, a nuestra salud, hay que cuestionarse más que nunca cómo acabar con la basura electrónica. El impacto ambiental de la obsolescencia programada, es decir, que la vida útil de los productos electrónicos sea más corta de lo que debería y nos veamos forzados a cambiarlos en cuanto dan problemas, tiene consecuencias muy preocupantes que nos afectan a todos. El crecimiento de la basura electrónica es imparable. ¿Qué podemos hacer para evitarlo?

Montañas de basura tecnológica

La obsolescencia programada está involucrada en el impresionante crecimiento de la basura electrónica que se ha producido en las últimas décadas. Según Naciones Unidas generamos 50 millones de toneladas de residuos electrónicos al año y, si se mantiene esta tendencia, podríamos alcanzar los 120 millones de toneladas anuales en 2050.

Hoy tan solo se reciclan adecuadamente el 20% de estos desechos y la mayor parte del 80% restante termina enterrado bajo el suelo. Se trata de materiales tóxicos, que no son biodegradables y cuyo efecto dañino puede permanecer activo durante cientos de años. Según la ONU, representan el 70% de los residuos peligrosos que terminan en vertederos. Además, se calcula que en 2040 las emisiones de carbono provenientes de la producción, uso y distribución de aparatos electrónicos representará el 14% de las emisiones totales: un impacto que se podría reducir considerablemente optimizando la vida útil de estos productos.

José Vicente López, investigador de la Universidad Politécnica de Madrid y experto en Economía Circular, nos habla de las acciones que se están llevando a cabo para evitar el impacto ambiental de la obsolescencia programada y de cómo podemos cambiar nuestros hábitos de consumo para no caer en la trampa de comprar, tirar, comprar.

¿Obsolescencia programada forzada?

«Ya no los hacen como antes.» «Antes los móviles duraban mucho más, ahora se rompen con mirarlos». ¿Cuántas veces has escuchado esta frase? Esta reflexión aparentemente inofensiva esconde detrás una espeluznante realidad: con el paso de tiempo tendemos a proporcionar vidas más cortas a los productos que adquirimos. En general, se sostiene que ciertos dispositivos, automóviles y otras tecnologías tienen una vida útil deliberadamente corta, para que tengas que pagar para reemplazarlos.

En diversas formas, desde la sutil hasta la no sutil, la obsolescencia programada es un problema muy arraigado en la actualidad. Desde la llamada durabilidad artificial, donde las piezas quebradizas se estropean, hasta que las reparaciones cuestan más que los productos de reemplazo, hasta actualizaciones estéticas que enmarcan versiones de productos anteriores como menos elegantes: los fabricantes de productos no tienen escasez de artimañas para seguir abriendo las billeteras de los clientes.

El caso de los smartphones

Para un ejemplo completamente moderno, considere los teléfonos inteligentes. Estos teléfonos a menudo se descartan después de un par de años de uso. Las pantallas o los botones se rompen, las baterías se agotan o sus sistemas operativos, aplicaciones, etc., de repente ya no pueden actualizarse. Sin embargo, siempre hay una solución al alcance de la mano: modelos de teléfonos nuevos, que se lanzan aproximadamente cada año y se promocionan como «los mejores de todos los tiempos».

Como otro ejemplo de obsolescencia planificada aparentemente flagrante, Slade menciona cartuchos de impresora. Los microchips, los sensores de luz o las baterías pueden desactivar un cartucho mucho antes de que se agote toda la tinta, lo que obliga a los propietarios a comprar unidades completamente nuevas y nada baratas. «No hay una razón real para eso», dice Slade. «No sé por qué no puedes ir a buscar una botella de [tinta] cian o negra y, ya sabes, verterla en un depósito».

Te invitamos a que escuches el podcast, donde ahondamos en esta problemática tan actual.


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