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Una casa de palabras

8 de Enero de 2016

Te levantas muy temprano cuando las luces de Merille parecen una constelación de estrellas, luces de Navidad todavía encendidas.

Es la mejor hora para escribir, cuando aún es de noche, a punto de hacerse de día.

Se despiertan las palabras como de un sueño, esa hoja en blanco. 

Y te pones a escribir. 

No se oye nada. Algún reclamo de mirlo, la lluvia que cae, o el silencio de las estrellas en la noche despejada.

De esa quietud, nacen las palabras. Al menos las palabras de la Naturaleza.

Vivo con la impresión de haber sacrificado a mi familia en ello.  

No emprendí la vuelta al mundo para ver, sino que di la vuelta alrededor de mí misma, para contar lo que veía desde un mismo lugar a distintas horas, en distintos días. 

Escribía, como quien anda, una y otra palabra, que si hubieran sido pasos, quizás ya habría dado con ellos la vuelta al mundo.

Los temas, eran los mismos, y eran distintos. 

Un pájaro, un río, el mar, el brote de una rama, la niebla en las telarañas. 

Cada año, se diría que volvía al mismo punto de la escritura, y era otro, porque el tiempo y la Naturaleza, igual que el ADN, dan vueltas en hélice como una escalera de caracol por la que se avanza.

Lo que no variaba, era el empeño en seguir escribiendo, mientras la vida seguía y mis hijos crecían casi sin darme cuenta. 

Vuelvo, y al abrir los armarios y ver sus fotos de cuando eran niños, me caen las lágrimas como la lluvia que abrigaba en invierno esta casa, que no está hecha de ladrillos sino de palabras.

En la mesa de la cocina, escribía:

“Hoy ha florecido sin que nadie lo esperase un cólquico, la flor de otoño, violeta como un campo de azafrán floreciendo, allí, sencillamente, para nadie, para nada, sonrisa luminosa, mirada sonriente, pequeño lugar infinito del mutuo reconocimiento, escasa Naturaleza espontánea, ¿aún estás ahí?, que yo quiero.”

“Sembrar es un sueño, un imaginar la cosecha antes de que las semillas, que parecen no tener vida, despierten. No me sueñes, que me despiertas, dicen las semillas.”

“Ha salido el sol en Galicia, el horizonte verde y azul, la leña por los caminos. Silencio. Los pájaros. Hace un momento me ha parecido volver a oírlos, aún noto sobre mis hombros el vuelo de los vencejos, el canto del mirlo, como un finísimo chal de seda y lana, pero, me he vuelto, y era sólo la lluvia, hablando otra vez con los cristales.”

“Lo que asombra no es tanto la semejanza entre los animales, sino lo que se parecen los materiales de los que están hechos, que la barba de una ballena tenga el color y la consistencia de una uña humana. Me miro las uñas. Están nacaradas como el endostraco de un caracol de los mares. El pelo tiene algo de alas pájaro, los brazos de rama. Puede que estemos hechos con un poco de todo lo que hay, de todo lo que hubo. Que seamos material de derribo.”

Me fui, y ahora que he regresado, las palabras salen de nuevo como si no se hubieran ido volando de mis manos, como se fueron los hijos, tras haberlos acunado.

Y vuelvo a despertarme cuando las luces de Merille están encendidas, como una constelación, la de las Pléyades, allí arriba, brillando como el agua de la lluvia.

“No hay otra forma de amar a la Naturaleza entera que desde el lugar que nos ha tocado en suerte, dando sólo la vuelta alrededor de lo que vemos, un poco de calle, un árbol, un pájaro que se posa en una rama. Y desde ahí, amar a toda la Naturaleza que no vemos ni veremos jamás, que existió y que ya no existe, que existirá cuando no existamos. Amarla por siempre y para siempre en la imaginación, donde nada muere.“

Feliz 2016

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ACERCA DEL AUTOR

Mónica Fernández-Aceytuno
Premio Nacional de Medio Ambiente “Félix Rodríguez de la Fuente de Conservación de la Naturaleza” y columnista de ABC. Es fundadora y editora del portal de la Naturaleza Aceytuno.com.