Historias del cambio

El sueño de proteger la vida de las ballenas

¿Cómo proteger a las ballenas sin tener en cuenta las acciones del ser humano? Fue una de las cuestiones que llevó a Ana María García Cegarra al Pacífico Sureste para estudiar la vida de las ballenas y su choque con la actividad humana. Su objetivo es determinar a qué amenazas se exponen estos cetáceos y cómo se les puede ayudar. Conoce su interesante historia por Chile y Perú, y cómo estos animales marinos no han dejado de sorprenderla.

Érase una vez, una mujer llamada … Ana María García Cegarra. “Mi admiración por el océano viene desde niña, cuando iba con mis padres al Mar Menor y hacía snorkel (entonces podías ver decenas de caballitos de mar en la orilla). Más tarde, con 10 años, vi un documental, realizado por Ric O’Barry, donde intentaban liberar a un delfín que había vivido en pésimas condiciones en cautividad en las Islas Bahamas. Decidí que quería ser bióloga marina y “salvar” a los delfines. Después, en el instituto, descubrí la genética. Y acabé decidiendo que quería estudiar genética como herramienta para la conservación de cetáceos”.

Los motivos que dibujaron la trayectoria de Ana Mª García Cegarra son simples, cotidianos y tan sencillos que nos podría haber sucedido a cualquiera.

Estudió Ciencias del Mar en Cádiz, y completó su formación en genética y energía molecular en distintos países, como Inglaterra o Portugal, buscando lo que realmente quería hacer, porque nada colmaba sus expectativas. Y determinó que su doctorado iba a versar sobre algo con lo que siempre había soñado: trabajar con animales en libertad. Estudiar poblaciones naturales y conocer las amenazas que sufren y cómo poder ayudarlos. Para ello se tuvo que ir hasta Chile. A Antofagasta, donde un profesor, estudioso de ballenas, le ayudó a conseguir una beca.

“Cuando llegué al aeropuerto de Antofagasta, me quedé alucinada. Situada en el borde del desierto de Atacama, el más árido del planeta, no había nada. Ni cactus, ni palmeras. Solo tierra. Pero cuyas aguas son bañadas por la corriente de Humboldt, la más productiva a nivel mundial”. Y así comenzó su aventura en América del Sur, estudiando ballenas del Pacífico Sureste. Tratando de determinar si las actividades humanas como el tráfico marítimo, el turismo de observación de cetáceos y la contaminación tienen efectos negativos para el bienestar de diferentes poblaciones de cetáceos en Chile y Perú.

«Cuando llegué al aeropuerto de Antofagasta, me quedé alucinada. No había nada, ni cactus, ni palmeras. Solo tierra», relata Ana Mª García Cegarra

Una de las actividades que realizó fue lo que se denomina “ciencia social”. En Órganos, un lugar con unas playas de clima tropical y repletas de palmeras, un espectáculo se producía cada día y se podía observar desde la orilla: las ballenas jorobadas saltando durante su época de cortejo y crianza. Ana Mª efectuaba encuestas a las personas que daban paseos en barco para admirar a las ballenas. Antes de embarcar y al terminar, les formulaba las mismas preguntas, para comprobar si la actividad mejoraba su conocimiento y adquirían conciencia de conservación de las ballenas. “¿Cómo vamos a conservar animales o ecosistemas si no incluimos al hombre, su principal actor?”.

Allí conoció a Juan Menares y Raúl Riquelme, dos pescadores locales que querían capacitarse para realizar turismo de observación, y junto con otros científicos, fundaron CIFAMAC (Centro de Investigación de Fauna Marina y Avistamiento de Cetáceos), una ONG cuyo objetivo es fomentar la investigación de la fauna marina de la zona y promover el turismo responsable de avistamiento de cetáceos. “Mediante la educación ambiental y el proyecto Pescador Amigo, generamos conciencia de conservación en los niños, jóvenes y adultos de Mejillones, con el fin de poner en valor el patrimonio natural y los recursos del mar. Me encanta transmitir mi pasión por los cetáceos a los niños”.

proteger a las ballenas

En los 18 km de la Bahía de Mejillones coexisten más de 20 empresas, entre ellas 8 termoeléctricas a carbón, donde la contaminación del aire es enorme, ya que muchas de esas industrias no tienen filtros o no cumplen con la normativa mínima de emisión de CO2. Hoy día hay 9 terminales marítimas para transporte de suministros para la minería. Cargan ácido sulfúrico, amoniaco, petróleo, carbón y cobre. El tráfico marítimo ha crecido mucho dentro de la bahía en los últimos 10 años. Por otro lado, esta zona del norte de Chile es un punto importante de alimentación para ballenas de aleta (rorcual común como se conoce en España). El estudio de Ana Mª trata de determinar las zonas de conflicto donde ambos, ballenas y tráfico marítimo coinciden.

“Mejillones fue declarada por Oceana, la mayor organización que vela por el cuidado de los mares, como zona de sacrificio porque alojan demasiadas industrias en un sector pequeño”. Y el reto de Ana Mª es hacer de Mejillones una localidad amigable con el medio ambiente marino en vez de una localidad marcada por la industria de la minería. Convivir en paz y hacerlo sosteniblemente. Un trabajo difícil pero no imposible.

El tráfico marítimo ha crecido mucho dentro de la Bahía de Mejillones en los últimos 10 años. 

Es difícil ser una ONG sin fines de lucro y obtener fondos. Sin embargo, paso a paso, CIFAMAC se va haciendo un hueco en el mundo de la investigación de cetáceos. Actualmente están con un proyecto financiado por la Porpoise Conservation Society (Canadá), con el que estudian la abundancia, distribución y uso del hábitat de la marsopa espinosa, una especie de pequeño cetáceo.

Una vez al mes, Ana María sale con amigos, compañeros de estudios, a buscar ballenas en un pequeño bote. Ya han llegado, porque allá, no demasiado lejos, ven un grupo de 8 cetáceos. Apagan el motor para no molestarles y lanzan un hidrófono (micrófono submarino para escuchar la fauna). Disfrutan viendo a las ballenas sumergirse y emerger, lanzando los soplos de amor y amistad. Pero, de repente… no pueden creer lo que están viendo. Es un ejemplar, adulto, precioso. No nada muy rápido, pues parece que está disfrutando de su paseo, pero va directo hacia ellos… sigue y sigue y no se detiene. Al llegar a unos 3 metros de la embarcación, ocurre algo que nadie podía haber imaginado jamás: la ballena gira alrededor de ellos, formando un círculo perfecto de 360 grados. Esta vez ha sido la ballena la que ha decidido venir a ver a esos individuos extravagantes que flotan, pequeños y que lanzan objetos extraños a su alrededor. Ana María y sus compañeros sienten una emoción inigualable y comprenden que no desearían estar en ningún otro sitio que no sea Bahía Mejillones, en Chile.