Historias del cambio

Mujeres paleontólogas

A lo largo de la historia muchas han sido las mujeres destacadas en campos científicos. Sin embargo, las aportaciones de pocas de ellas han sobrevivido al paso del tiempo, ocultas por una sociedad donde los conocimientos no bastaban por sí solos para alcanzar la notoriedad que se merecían

Hoy hablamos de mujeres paleontólogas, desde las pioneras de esa disciplina científica hasta las expertas de la actualidad, y describimos cómo su pasión por los animales extintos se  tradujo en importantes avances científicos.

Cuando empezaron a desarrollarse las ciencias naturales, en los siglos XVIII y XIX, no resultaba fácil a las mujeres acceder a los estudios académicos y al trabajo de campo. Las primeras mujeres que mostraron interés por la paleontología fueron aficionadas. Eran esposas o hijas de científicos, o personas interesadas que no recibían retribución por sus trabajos. Sus nombres se olvidaron, salvo el de la británica Mary Anning (1799–1847). Mary y su hermano Joseph acompañaban desde pequeños a su padre, Richard, ebanista de profesión, en la recolección y venta de fósiles que hallaban en los yacimientos de la costa británica de Lyme. Cuando el padre murió, los hermanos continuaron. En 1810 Joseph descubrió un cráneo de ictiosaurio y poco después, Mary halló el resto del esqueleto. Era la primera vez que se encontraba un animal de aquellas características en condiciones tan buenas.

Retrato de Mary Anning, con su perro Try y el afloramiento Golden Cap al fondo. | CRÉDITO: Museo de Historia Natural de Londres, Reino Unido.

Mary Anning intentaba aprender de todas las publicaciones que caían en sus manos y estudiaba animales de su tiempo. No obstante, los científicos que compraban sus fósiles y publicaban los descubrimientos en publicaciones científicas no la citaban, salvo en ocasiones excepcionales. Como en 1829, cuando el científico William Buckland escribió acerca de un espécimen encontrado por Anning, y la citó en su artículo. Otro geólogo y pintor, Henry de la Beche, mencionó que Manning había sido inspiración para realizar en 1830 una acuarela teulada Duria Antiquior y que es la primera representación pictórica de una escena de vida prehistórica basada en evidencias fósiles, un género conocido como paleoarte). Esta imagen fue una de las primeras sobre animales prehistóricos ampliamente difundida en los medios científicos. El coleccionista Tomas Birch organizó varias subastas con el material encontrado por Mary Anning y le dio el dinero recaudado, lo que llamó la atención de la sociedad científica.

Tras morir por un cáncer de mama, la Sociedad Geológica de Londres la homenajeó con un panegírico escrito por Henry de la Beche. Fue la primera persona que, sin ser miembro de la sociedad, recibía este homenaje. La iglesia parroquial de Lyme erigió una vidriera en su memoria, y algunos autores contaron su historia, como Charles Dickens, que relató las dificultades que tuvo Anning para reconocer la autoría de sus descubrimientos en un artículo escrito en el semanario All the Year Round.

“Duria Antiquior”, acuarela de Henry De la Beche pintada en 1830.

En el año 2010, Mary Anning fue reconocida por la Royal Society como una de las 10 científicas británicas más influyentes de la historia y su legado incluso se recuerda en un popular trabalenguas que los niños ingleses aprenden en la escuela: «She Sells Sea Shells on the Sea Shore» (Ella vende conchas marinas en la orilla del mar).

En nuestro país, Asunción Linares (1921–2005) fue desde 1947 profesora en la Universidad de Granada, obteniendo en 1961 la Cátedra de Paleontología. Fue la segunda mujer que ocupó una cátedra en la universidad española y la primera en una de ciencias.

Su principal labor fue la datación de los materiales sedimentarios, a partir de fósiles, para reconstruir el medio ambiente del pasado. Su objeto de estudio se centró en los ammonites del Jurásico y Cretácico Inferior, y los foraminíferos para los del Cretácico Superior y el Terciario.

Destacó en su labor docente e investigadora, dirigiendo 18 tesis doctorales, y publicando más de 100 trabajos, en su mayoría sobre ammonites. Consiguió posicionar el departamento de Paleontología de la Universidad de Granada como uno de los pioneros del país. Para ello, Linares aprendió técnicas paleontológicas en el extranjero en los años 50 del siglo XX, cuando era algo excepcional realizar salidas y estancias en países como Francia.

Probablemente gracias a los descubrimientos de Mary Anning y los avances de Asunción Linares, la pasión por los animales extintos de Isabel Rábano pudo ver sus resultados. Estudió Biología en la Universidad Autónoma de Madrid y, sin una idea clara de hacia dónde dirigir sus pasos, apareció la paleontología en su vida tras descubrir su primer trilobite, unos de los primeros artrópodos que se extinguieron hace 250 millones de años.

Procedente de una familia de médicos, Isabel Rábano quiso estudiar la vida, pero prefirió en animales del pasado. Tras doctorarse, y trabajar para el CSIC, en 1993 ocupó el puesto de directora del Museo Geominero, siendo la primera mujer que lo hacía. Y permaneció durante 23 años, dotando de una nueva proyección social al centro cultural. Isabel puso en orden las colecciones de fósiles, creó un equipo de trabajo estable, que pudiese elaborar proyectos y consiguió transformarlo en un museo de ciencias con las tres patas que debe tener un museo: conservación, divulgación e investigación.

Entre muchas actividades, crearon un programa de visitas de los colegios, construyendo una mini réplica del museo, tal y como tienen organizadas las colecciones: los fósiles, por edades cronológicas; los minerales, por las clases sistemáticas, y además incluyeron fósiles y minerales especialmente vistosos e importantes. Y lo trasladaron por toda España, por donde no había museos de geología.

Con la creación en 2005 de una geóloga virtual llamada Gea (la diosa que personifica la Tierra en la mitología griega), el museo fue pionero en dar visibilidad al género femenino en la paleontología. Enfocado a la enseñanza, Gea ha logrado llamar la atención de muchos alumnos y, ¿quién sabe?, tal vez haya sido el germen para una nueva generación de paleontólogas.

En 2017 le ofrecieron a Isabel Rábano un ascenso: la Subdirección de Infraestructura Geocientífica. En esta nueva etapa  tuvo que hacerse cargo de un equipo de personas que quintuplicaba al que había dirigido hasta entonces, asumiendo la gestión de los laboratorios especializados que ocupan un edificio en Tres Cantos, el servicio de publicaciones, la biblioteca, la litoteca de sondeos (en Peñarroya, Córdoba), el servicio de documentación, un área de información geocientífica y, por supuesto, el Museo Geominero.

En 2020 Isabel Rábano solicitó regresar a la investigación y acabar sus años de profesión alejada de esa actividad de gestión tan intensa, y centrarse en sus trilobites, que estaban esperándola exactamente donde ella los dejó.

Gracias al amor por los animales extintos, estas científicas han aportado sus estudios sobre la evolución desde una perspectiva femenina, en contra de lo que solía ser habitual.