Historias del cambio

Mujeres oceanógrafas

A lo largo de la historia muchas han sido las mujeres destacadas en campos científicos. Sin embargo, las aportaciones de pocas de ellas han sobrevivido al paso del tiempo, ocultas por una sociedad donde los conocimientos no bastaban por sí solos para alcanzar la notoriedad que se merecían

Hoy hablamos de mujeres oceanógrafas que vivieron desde el siglo pasado hasta la actualidad, y describimos su lucha contra la degradación de nuestros mares.

Las mujeres pioneras en oceanografía han surgido en distintos países de modo muy diferente. Por ejemplo, en Francia, Anita Conti (1899-1997) fue una de las primeras que estudió los bancos de pesca para después, denunciar los excesos de la pesca industrial y los cambios que estaba produciendo en las aguas oceánicas y proponer mejoras para evitarlo.

Durante sus viajes, la apodada “Dama del Mar”, recopiló diferentes datos sobre los fondos marinos (temperatura del agua, profundidad y salinidad) y estudió su influencia sobre las poblaciones de peces. Por aquel entonces, solo se disponía de cartas de navegación y Conti dibujó las primeras cartas de pesca, favoreciendo las prácticas en alta mar.

En la década de 1940, su preocupación por los efectos de la pesca industrial sobre los recursos pesqueros y los ecosistemas marinos la convertiría en una pionera en la conservación de la biodiversidad oceánica. Por ello, en 1943, el gobierno de Argel le encargaría que investigara los recursos pesqueros en África occidental y un estudio para desarrollar la pesca tradicional durante 10 años, a lo largo de 3.000 kilómetros de costa.

Retrato de la oceanógrafa francesa Anita Conti. | CRÉDITO: Dominio público

En 1952 embarcó durante cinco meses en un bacaladero en campaña hacia Terranova y, un año más tarde, publicaba el libro Racleurs d’Océans, donde alertaba sobre las ingentes cantidades de pescado que se desechaban en cubierta. Durante esa campaña, algunos arrastres se desecharon íntegros, con 2.000–2.500 kilos de pescado considerado “inútil” (bacalao pequeño o especies no deseadas), pues el mercado imponía las especies que debían procesar.

Anita Conti trató de dar a conocer especies ignoradas, destacando la calidad de sus carnes o el aprovechamiento de sus pieles para encuadernación, y buscó la manera de equipar los barcos con sistemas de captura selectiva.

A diferencia de Conti, la gallega Ángeles Alvariño González (1916–2005), considerada en Francia como una pionera de la ciencia y la conservación, no goza del reconocimiento en su país que merecen sus aportaciones a la oceanografía, pese a ser un referente mundial en el estudio de la fauna marina.

Alvariño estudió Ciencias Naturales en la Universidad de Madrid y, tras unos años como profesora en Galicia, en 1950 regresó a Madrid junto a su marido, entrando como becaria en el Instituto Español de Oceanografía (IEO). Dos años después, conseguiría una plaza de bióloga en el Centro Oceanográfico de Vigo del IEO y empezaría a estudiar el zooplancton (los pequeños organismos animales que componen el plancton marino).

El buque oceanográfico Ángeles Alvariño, nombrado en honor de la científica gallega del mismo nombre. | CRÉDITO: IEO

Los trabajos de Ángeles Alvariño sobre las incrustaciones marinas en los cascos de los buques, el zooplancton y las pesquerías fueron brillantes. Por ese motivo, en 1953 recibiría una beca para analizarlos en el Reino Unido, donde se convertiría en la primera mujer en trabajar en un barco británico oceanográfico. Tres años más tarde continuaría sus investigaciones en Estados Unidos junto a la experta zooplanctóloga Mary Sears quien, impresionada con su tarea, la recomendaría para ocupar un puesto en el Instituto Scripps de Oceanografía, en La Jolla, California, donde permanecería hasta 1970 analizando miles de muestras de plancton de todo el mundo.

Alvariño realizó, por ejemplo, estudios sobre la albacora, un pescado azul perteneciente a la familia de los túnidos, o sobre los efectos de los depredadores en el plancton marino.

Continuaría su carrera en otra prestigiosa institución americana, la National Oceanic and Atmospheric Administration (NOAA), donde estudiaría las larvas de peces en el plancton. Tras su jubilación, en 1987, seguiría trabajando como científica emérita y escribiendo y dando a conocer la historia de las ciencias marinas en España.

Alvariño describió 22 nuevas especies planctónicas para la ciencia. La Real Academia Gallega de Ciencias le rinde un merecido homenaje cada 1 de junio, Día de la Ciencia en Galicia. También, desde 2012, uno de los buques oceanográficos de la flota española lleva su nombre.

Al contrario que Alvariño, la estadounidense Sylvia Earle (1935) sí es un referente mundial en la oceanografía. Cuando Earle tenía tan solo tres años, una ola la derribó y, al salir del mar … su amor por los océanos acababa de nacer.

Licenciada en botánica por la Universidad de Florida y doctorada en la de Duke, desarrollaría su labor investigadora en la Academia de Ciencias de California y en centros universitarios como Berkeley, el Instituto Radcliff y Harvard.

En 1964 sería la única mujer junto a 70 hombres que participó en la primera expedición que exploró los fondos marinos de las islas Seychelles. Dos años después intervendría en la exploración de las Islas Galápagos y, poco a poco, fue forjándose como leyenda. De hecho, ha sido la primera persona en caminar por el fondo del mar a casi 400 metros de profundidad con un traje presurizado llamado JIM y, años más tarde y junto a un ingeniero, diseñó un submarino con el que descenderían a más de 1.000 metros de profundidad.

Lideró en 1970 el equipo de mujeres del Tektite II, que sería la segunda parte de un proyecto de la NASA y la marina estadounidense para comprobar el efecto de la ingravidez en el cuerpo humano. Para ello, vivieron durante dos semanas a 18 metros de profundidad en un laboratorio en las Islas Vírgenes.

También sería la primera mujer en dirigir la NOAA, cargo que abandonaría para denunciar públicamente la falta de interés del Gobierno de Estados Unidos en defender el medio marino.

A través de Mission Blue, una iniciativa global que creó con el premio TED recibido en 2009 (dotado con un millón de dólares), reúne a más de 200 organizaciones para internet reducir el impacto de la actividad pesquera y promover la creación de áreas marinas protegidas, denominadas “Hope Spots” (lugares de esperanza), que necesitan protección urgente. Sylvia Earle recibió el Premio Princesa de Asturias de la Concordia 2018, por su trabajo para la conservación y el cuidado de los océanos.

Earle ha pasado más de 7.000 horas bajo el mar, realizado más de 100 expediciones por todo el mundo y hoy en día sigue luchando por un océano lleno de vida. Su lema: “Sin agua no hay vida. Sin azul no hay verde”.

El planeta, pero sobre todo sus mares, son hoy más respetados, sin duda alguna, gracias a la labor de estas oceanógrafas.