El agua de la información nos envuelve en forma de datos. Apps y websites generan un tracking infinito.
Metáfora líquida
Tanto predomina la metáfora líquida que una vez me invitaron a una comisión sobre infraestructuras urbanas para compartir trabajo con expertos en distribución de agua potable y especialistas en aguas residuales. La verdad es que fue sorprendente pero motivador. Me pareció avanzado que una ciudad entendiera el valor estratégico de las infraestructuras líquidas, incluidas las de datos que ya están en todas partes, en nuestro día a día más allá de las pantallas y directamente en objetos y en nuestras calles, verdaderas fuentes de datos.
Como los jóvenes peces de la famosa parábola, no sabemos qué es el agua de la información porque flotamos de continuo en ella. No vemos los datos. No los sentimos. Es paradójico dado que son tan invasivos, están en tantos lugares que deberíamos tener una relación, ¿cómo decir? más táctil con la esfera digital. Nadamos en un océano de datos, en el big data. No nos sumergimos dos veces en los mismos datos (pensadlo bien y veréis por qué). Y no sólo eso, también nosotros somos fuentes del big data.
El big data en nuestra vida
Así es. Cualquier interacción con la esfera digital, cualquier acción en esa parte de nuestra vida que Luciano Floridi ha llamado “OnLife”, deja una traza. Esta traza es casi siempre transparente para nosotros pero crea auténticos mares de líquido repleto de nutrientes que otros explotan. Para los websites que rastrean nuestro comportamiento como usuarios somos agua cargada de sedimentos riquísimos: los websites que hemos visitado antes, nuestros amigos en Facebook, nuestras visitas a sitios de e-commerce, cuál es nuestro banco, etc. etc. etc.
Hasta ahora hemos observado estos flujos de big data desde una perspectiva de usuarios ignorantes o resignados. Pero no tiene por qué ser así. ¿Por qué no tengo ningún control sobre estos datos? ¿Cómo es posible que un agregador de viajes pueda cargarme hasta 100 o 200 euros más por el mismo billete de avión al decidir que, por mi ubicación e historial de navegación, tengo un poder adquisitivo superior al compañero de trabajo que está buscando el mismo trayecto, el mismo día pero un ordenador más allá?
Tracking infinito
Un reciente estudio de investigadores franceses ha puesto en evidencia este río revuelto escogiendo al azar 500 aplicaciones del app store de Android. Han podido comprobar que la mayoría conectan con lugares comerciales de “trazado de usuarios” (user tracking) que integran las acciones de los usuarios a través de sus visitas y acciones en diversos websites y aplicaciones.
Por ejemplo, una inocente aplicación para ecualizar el volumen del sonido del teléfono, conectaba ni más ni menos que con 2.000 websites de este tipo donde las acciones de sus usuarios pasan a formar parte de la información atesorado por esos websites y en convertirse en su negocio. Y eso que modificar el volumen del teléfono, en principio, no necesita para nada conectarse a ninguna dirección de web. Nueve de cada diez direcciones de este tipo están gestionadas por un conocido buscador.
Aguas de datos
Los tiempos en que andamos son complejos. Para aclarar qué pasa con la traza de nuestras acciones parece inevitable caer en una lógica de medidas y contramedidas. Los usuarios deberán disponer de herramientas para decidir libremente a quién, cuándo, cómo y para qué dejan sus datos. Los criterios y la regulación sobre este tipo de posibilidades, cómo no, difieren entre USA y Europa. Unos prefieren dejarlo todo a la “autorregulación del mercado” y otros un poco menos.
Lo importante es que cada vez más haya más personas que quieran recuperar la transparencia, sino de las aguas informacionales, sí de los usos a que son sometidas.