Los gorriones urbanos se vuelven aldeanos en otoño
Los gorriones comunes, tan de ciudad, tan de miga de pan de la merienda de un niño, volarán, después de dormir a la luz de las farolas, hacia los campos donde hoy se unirán a otros gorriones más rurales,los molineros, para llenar el aire de bandadas que se posan y despegan cada minuto, todos juntos, gorriones de ciudad y de campo, alumbrando la fiesta del otoño.
Como si olieran la sazón de los higos de Fraga, Huesca; como si supiera que anteayer empezó la cosecha de girasol en Nava de Asunción, en Segovia; atraídos tal vez por el color de los zarzales, o de las uvas de Utiel, o por ese mar de semillas de trigo, de maíz, de plantas ruderales que golpean el cinturón urbano; la gran ciudad se quedará de día casi sin gorriones, atracada por el otoño, con las migas de pan en las aceras. Llevan las plumas nuevas, marrones todas en hembras y en machos. Todos iguales. Hasta los jóvenes son pardos y del mismo tamaño que los padres y, en el pico, ya no tienen la comisura amarilla que sirvió de guía para cebarlos.
Cuando se les desgaste el plumaje, allá por el mes de diciembre, veremos en el macho la boina grisácea y el babero negro, mientras vagamundea las calles para encontrar esa miga de pan hecha con el trigo del rastrojo que hoy, sobrevolará en bandadas.