Intuyendo que había una manera mucho más fiable de contrastar la realidad, se jugaron la vida en contra del establishment divino para instaurar, muy lentamente, un modo de pensar y de proceder que evaluaba los conocimientos adquiridos de forma sistemática y ordenada, en base a hechos objetivos y observables. Germinaba el método científico, la senda hacia un futuro alejado de la ignorancia.
Hoy, en pleno siglo xxi, miles de años después de aquellas primeras tentativas en pro de las ideas empíricamente comprobadas, resurge una tendencia que, si bien siempre ha estado latente en ciertos sectores de la sociedad, rebrota con fuerza renovada. Vivimos en «La era de la incredulidad» título que National Geographic (aquí el artículo completo en inglés) ha otorgado a uno de los reportajes principales del número de marzo y que en Estados Unidos tiene especial incidencia.
Al tiempo que vivimos inmersos en un salto tecnológico vertiginoso, generado, claro está, por los nuevos saberes de la ciencia, crece la «moda», si puede decirse así, de «no creer» en ella. A la vez que logramos concretar ideas que hace nada eran pura ciencia ficción, una variopinta legión de recelosos se manifiesta escéptica ante los conocimientos aceptados de forma abrumadora por la comunidad científica internacional.
Somos capaces de imprimir órganos humanos en 3D, de vivir ultra híper conectados, de realizar reparaciones genéticas y de fabricar carne a partir de tejidos. Sabemos generar energía del sol y del aire y enviar robots a Marte. Y próximamente humanos, si tira adelante el proyecto Mars One, una misión sin retorno que pretende iniciar la colonización del planeta rojo en 2025 para exportar la especie más allá de los confines de la Tierra. Tenemos un montón de ideas geniales para arreglar los desaguisados causados por aquella revolución industrial que revolucionó el progreso y el bienestar social, y los avances médicos alcanzados en los últimos años han sido toda una hazaña. La esperanza de vida ha aumentado en todo el mundo y en España, los datos son espectaculares: 40 años desde 1910.
A nivel mundial, en solo una década ha aumentado de media seis años pero hay datos sobresalientes: desde 1990, la expectativa de vida en Liberia es hoy de 20 años más, en Etiopía y las Maldivas 19, en Camboya 18 y en Ruanda 17, según datos publicados por la OMS. En grandísima parte gracias al avance de los medicamentos y de las vacunas, cuya efectividad hoy ponen en duda un tropel de padres (mayoritariamente de alto standing), lo que ha provocado ya más de un problema de sanidad pública: el rebrote de enfermedades erradicadas y el nivel de vulnerabilidad de la comunidad.
Un tema que es trending topic de esta incredulidad, como también lo es la teoría de la evolución, el viaje del hombre a la Luna y, cómo no, el cambio climático.
No es cuestión de creérselo todo, al contrario. Se trata de dudar siempre de forma razonada. Sin embargo, son muchos los que analizan la realidad solo en base a sus gustos y vivencias personales, obviando una visión holística integradora de la innegable complejidad y dando por sentado que tienen la razón, sea sobre el tema que sea. «Esa gente que piensa saberlo todo son un gran incordio para todos aquellos que no lo hacemos», dijo una vez Isaac Asimov. Constituyen un perfil al que no le hace mella los discursos científicos, a veces en exceso prudentes y poco amantes de las contundencias.
Habrá que diseñar otras vías dialécticas para seducirlos, científicamente hablando. Aunque Charles Darwin pensaba que vivir en la ignorancia genera más confianza que buscar el conocimiento. Y es verdad. Resulta incómodo estar permanentemente dudando, pero (sí, está científicamente comprobado) es la única forma de alcanzar cierto nivel de certeza.
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Algunos datos del artículo de NG:
- Un tercio de los estadounidenses cree en el creacionismo, que afirma que la Tierra tiene 10.000 millones y que los humanos siempre hemos sido así, por gracia divina.
- Menos de la mitad de ellos cree que la Tierra se está calentando porque los humanos quemamos combustibles fósiles.
- Buen artículo de Steven Salzberg sobre el movimiento anti-vacunas