Pero cada vez que entras más y más en lo que estamos perpetrando (y que veo en primera línea como ecólogo marino que soy) te das cuenta que a nuestra alienación respecto los procesos de degradación del planeta están lejos de disminuir. Y alguien tiene que continuar a poner cosas sobre el tapete para que esa conciencia poco a poco haga mella…o al menos nos quede eso de “ya lo habíamos dicho”.
Ha habido mucha controversia respecto a la pérdida de biodiversidad en nuestro planeta. No es que hubiese mucha duda, pero se había llegado a crear una base de duda respecto a la magnitud. Pues bien, un reciente artículo en la revista Science Advances deja a las claras que hemos entrado de lleno en esta extinción, ya similar en cuanto a la pérdida de especies a la que ocurrió hace 65 millones de años. Si, si, la de los dinosaurios. Esa. En aquella ocasión fue más que probablemente un cataclismo derivado de un impacto meteórico. En esta ocasión es una única especie que acapara energía y recursos para su propia supervivencia y avance demográfico de forma aberrante. Para calcular si estamos o no en esa sexta extinción, se mira, entre otras cosas, la cantidad de especies de vertebrados que desaparecen cada 100 años según registros geológicos. Bueno, pues vamos en unas 100 veces más deprisa respecto a la 5ª extinción. No está mal. Batimos récords.
La estimación es sobre especies, no poblaciones
Esto es más importante de lo que parece porque, en realidad, muchas de las poblaciones se han extinguido aún no habiéndose extinguido las especies. Me explico mejor. Pensemos en el león. Era una especie que llegaba a ocupar el sur de Europa hace muchos miles de años. Se extendía desde Asia hasta África (y parte de Europa), abarcando como gran depredador amplios espacios. No se ha extinguido, por fortuna (ya lo conseguiremos, démonos tiempo), pero sólo se encuentra en algunos reductos respecto a su distribución original. Eso es extinción de poblaciones, pero no de especies.
¿Por qué es importante la diversidad? Porque nos da servicios ecositémicos, fortaleza respecto a cambios bruscos, puede significar un sumidero de carbono (especialmente grandes animales y por supuesto plantas y animales que viven en el fondo del mar) y bla, bla, bla, bla…no voy a extenderme. Y no lo voy a hacer porque para mí lo obvio es que, ante todo, nos da belleza, un camino de conexión a la naturaleza que perdemos de forma dramática y que nos va a impedir a todos disfrutar de la espiritualidad que nos da ese contacto con el entorno complejo, colorido, bello que cada vez es más remoto y extraño. Sí, he dicho espiritualidad, entendida como algo que va más allá del mundo palpable en el que estamos sumergidos en el día a día. Es algo físico, químico, real…hablo de algo que necesitamos todos, aún no dándonos cuenta, y que se encuentra en nuestro cerebro. Una necesidad vital.
¿Habéis visto Local Hero?
La película con Burt Lancaster como magnate del petróleo y sus pobres emisarios que van a destrozar una bahía en Escocia para crear una refinería. Quedan absolutamente anonadados por la belleza del lugar. Lo palpan, lo sienten, penetra en ellos y les deja una huella indeleble. La última escena es genial. Las conchas que ha recolectado en la playa y deja en el mármol de la cocina de su moderno apartamento…acompañado por la música de Mark Knopfler. A ese tipo de espiritualidad me refiero. O ponerle otro sustantivo, me da igual. Estamos tardando mucho en cambiar los conceptos que de verdad han de importar.
Como dicen los autores del artículo científico que antes os citaba “todavía hay tiempo para reforzar medidas conservacionistas, pero la ventana de esa oportunidad se está cerrando rápidamente”. Yo no sé tú, pero cada día pienso en mis hijos y en lo que nunca van a ver…