¿Qué son los polinizadores artificiales y cuál es su aplicación medioambiental?

Los sistemas de polinización artificial permiten la fecundación de las plantas cuando faltan o escasean los polinizadores naturales, como las abejas y otros insectos. ¿Son los polinizadores artificiales una solución de emergencia a la desaparición de las abejas?

Todo el planeta depende de las plantas. Los seres humanos, la vida silvestre y los ecosistemas en general vivimos gracias a la productividad vegetal. La base de la cadena alimentaria está formada por los organismos vegetales y, sobre ella, tejen su vida depredadores, carroñeros, descomponedores y todo tipo de organismos, desde los más grandes hasta los microscópicos.

Y para que las plantas puedan dar fruto, ofrecer semillas y perpetuarse, la gran mayoría de ellas, es decir, las plantas con flor, necesitan la polinización, un proceso que transfiere el polen de las anteras masculinas a los estigmas femeninos, lo que permite la fertilización. Algunos vegetales fían al viento la dispersión de su polen, pero muchos se apoyan en los insectos, las aves y los murciélagos para completar su ciclo vital. Ahí reside la importancia de los polinizadores.

La señal de alarma salta cuando descubrimos que, a estas alturas del siglo XXI, la desaparición de hábitats y el uso de pesticidas está provocando la pérdida de polinizadores en todo el mundo, como alerta la ONU en un informe de 2019. Más del 40% de las especies de insectos está en declive y un tercio ya se encuentra en peligro de extinción, según Naciones Unidas, que añade que la población global de insectos disminuye a un ritmo del 2,5% anual.

La ciencia señala que los polinizadores esenciales para la reproducción de más del 75% de los cultivos alimentarios están disminuyendo a un ritmo alarmante. Así lo indica el informe Polinizadores: primer índice de riesgo global para la disminución de especies y sus efectos en la humanidad elaborado por la Universidad de Cambridge y publicado en la revista Science en 2021.

Los motivos de este deterioro son la destrucción de los hábitats naturales, el abandono de las prácticas agrarias tradicionales y el empleo de productos químicos, señalan los expertos. Por ejemplo, algunos de los pesticidas empleados contra insectos dañinos para los cultivos perjudican también al resto de insectos auxiliares, que no dañan la producción o que incluso aportan beneficios ambientales al ecosistema. Las consecuencias se amplifican en cascada, porque la ausencia de insectos deja sin alimento a aves y reptiles y genera hábitats empobrecidos en diversidad y cantidad de especies.

Estrategia nacional

Para proteger los polinizadores, en España existe una Estrategia Nacional aprobada en 2020. Entre las medidas clave, en línea con las directrices de la UE, está reducir en un 50% el uso global de plaguicidas químicos antes de 2030.

Otras indicaciones de la Estrategia de la UE sobre biodiversidad para 2020 transferidas a la estrategia española sobre polinizadores consisten en garantizar que al menos el 10% de la superficie agraria vuelva a estar ocupada por elementos paisajísticos de gran diversidad y fomentar la agroecología, estableciéndose el objetivo de que, para 2030, al menos el 25% de las tierras agrícolas se dedique a la agricultura ecológica. Todo ello conecta con el ODS 2, Hambre Cero y el ODS 12 Producción y Consumo Responsables recogidos en la Agenda 2030 de la ONU.

¿Es posible reemplazar a las abejas?

Actualmente, la desaparición de abejas y otros insectos polinizadores es una amenaza real para el medio ambiente y la prosperidad humana. Ante esta situación, en muchos campos de cultivo hace tiempo que se emplean métodos para suplir la falta de polinizadores naturales. Algunos son muy sencillos, como tomar polen de las flores masculinas y depositarlo en las flores femeninas, usando herramientas manuales como pinceles o vaporizadores; otras veces se adquieren o alquilan poblaciones domesticadas de abejas y abejorros.

Las más innovadoras y futuristas propuestas apuestan por crear minúsculos dispositivos que reemplacen la función de los insectos. Pueden ser drones dirigidos remotamente y equipados con mecanismos para transferir el polen de una flor a otra, o incluso robots o máquinas autónomos que tienen la libertad de moverse según una programación sencilla y sistemas de referencia espacial. Diversas universidades y centros de investigación han presentado en los últimos años prototipos de este estilo.

Una abeja libando sobre una flor de girasol. | CRÉDITO: Alexa/Pixabay

Para sus diseñadores, las abejas artificiales podrían ser beneficiosas en ciertas situaciones, como en áreas de campo donde los polinizadores naturales son escasos, y también en invernaderos o en entornos urbanos donde la presencia de polinizadores naturales es limitada.

¿Podría ser la polinización artificial una alternativa real a los polinizadores naturales? ¿Pueden los aparatos de diseño solucionar la desaparición de insectos polinizadores?

Lo cierto es que, en estos momentos, la polinización artificial mediante robots autónomos no es una alternativa comercial y la mayoría de las propuestas planteadas se encuentran en una fase muy preliminar de investigación y no han escalado desde el laboratorio a la aplicación masiva y operativa.

La opinión extendida entre los especialistas es que los polinizadores artificiales resultarían costosos de implementar a gran escala y requerirían un monitoreo y mantenimiento constantes. A nivel de coste, sería difícil que pudieran competir con lo que aporta totalmente gratis una vida silvestre bien equilibrada.

Por otra parte, esos robots difícilmente serían capaces de replicar la interacción con el entorno que los insectos ofrecen, afirman los biólogos. Por ejemplo, cualquier insecto polinizador, al final de su vida, es aprovechado por otros organismos o es integrado en el suelo devolviendo sus nutrientes al ciclo de la vida. Un mini-dron polinizador inutilizado es un objeto inerte que no devuelve nada al sistema. Y, además, carece de la capacidad de adaptarse a las condiciones cambiantes del entorno siguiendo las leyes de la variación genética, la adaptación y la evolución.

Los insectos aparecieron sobre la Tierra hace 400 millones de años, en el periodo Devónico, y unos 160 millones de años después surgían las plantas con flor. Desde  entonces, plantas con flor y polinizadores han tejido una exitosa relación de coevolución. ¿Cuánto tiempo tardarían la ingeniería y la inteligencia humana, incluso la artificial, para replicar de forma eficiente esta relación?, se preguntan los investigadores.

Sin duda, la forma de abordar el reto que supone la disminución de polinizadores es afrontar sus causas y tomar medidas para conservar y restaurar los hábitats naturales de los insectos, reducir el uso de pesticidas dañinos, promover la agricultura sostenible y crear conciencia sobre la importancia de los polinizadores en los ecosistemas y la producción de alimentos.

13/07/2023