Parán es un pueblo de la sierra peruana en el que los hombres heredan parcelas de melocotón. Algunos, además, una ceguera irreversible. Es una ceguera genética y degenerativa que transmiten las mujeres y se manifiesta en los hombres.
Una de las mujeres que fundó el pueblo hace cien años portaba la mutación, y con ella comenzó la sucesión de hombres ciegos en el pueblo. Sin embargo, ellos apenas son conscientes de su discapacidad y trabajan sus tierras con total normalidad. De hecho, en el valle cultivan a tientas los mejores melocotones de Perú.
El drama en Parán no es la ceguera, sino la falta de agua. Cayetano Pacheco es el presidente de la comunidad, un hombre sencillo y con una tremenda visión para sacar el pueblo adelante:
-Parán es ceja de costa y ceja de sierra -explica-, por eso no cuenta con cordillera ni con laguna. Parán solo vive de manantiales, y al vivir de manantiales es una pena. Da pena la cola para llevar un balde de agua a la casa. Colaza. Para lavarnos tenemos que ir por las quebradas, y donde hay un chorrito de agua, darnos un aseo. Donde hay lagunas hay agua, pero aquí da pena.
Mediante un sistema de tubos, traen el agua desde una captación en la quebrada hasta un pequeño depósito en el pueblo. Hasta junio o julio tienen agua, sobre todo si ese año ha llovido bien, pero casi todos los años escasea. Y ellos tienen unas 120.000 plantas de melocotón. Hay épocas en que las riegan una vez cada 50 días. Y ahí siguen vivas.
Es ese uso del agua lo que ha dado fama a sus melocotones. No hay desagüe ni riego tecnificado. No hay acequia ni represa; pura tubería y manguera. Agarran una manguera y la llevan manualmente de planta en planta. Saben con exactitud cuánto bebe cada una. Así crean un campo de humedad tal que sus melocotones son reconocidos en el mercado por el color, el sabor y la durabilidad.
Lorenzo es un anciano de 71 años, ciego, que vive solo en una casa a tres metros de un abismo. Como el resto, se mueve por los cerros de memoria:
-Si se riega demasiado, la fruta crece grande, bien simpática, pero no tiene sabor. Es agua nomás -dice-. Aquí por horitas se riega, y a la voladita nomás. El agua nos da justo para el melocotón. Menudones, no tan grandes, pero bien sabrosos. Y duran bien. Nos prestamos el agua unos a otros. No nos lavamos, dejamos de tomar para el melocotón. El agua es oro acá.
Parán ha sabido hacer uso del agua de la manera más organizada. Y ha conseguido, pese a su dramática escasez, convertir sus melocotones en los más codiciados del país.