El mensaje era contundente: si la tendencia al alza de la temperatura y la bajada de pH (medida de la acidificación) seguían al mismo ritmo, los arrecifes formados por corales se transformarían de tal modo que dejarían de ejercer su función actual, permitiendo a otras especies colonizar el espacio ocupado actualmente por estas complejas máquinas calcáreas que optimizan luz y recursos en mares tropicales y sub-tropicales.
Tanto impactó éste y otros artículos similares que algunos científicos e incluso políticos empezaron a hablar de “arrecifes zombie”, destinados a morir de forma irreversible. Es decir, si la tendencia es la que es, si parece que no hay “nada que hacer” y que el destino de la mayor parte de los arrecifes es desaparecer o menguar en sus estructuras y tal y como las conocemos… ¿Por qué seguir invirtiendo dinero en el estudio, protección, restauración y mitigación de los efectos producidos por un problema “intangible” como es el del cambio climático?
Pánico. Eso es lo que sentí cuando surgió la polémica. Pero no crean que fue porque veía menguar las posibilidades de recabar fondos de la administración o una fundación privada, no. Era porque veo, con horror, que el cambio climático se está convirtiendo en la excusa de “es culpa de todos, o sea culpa de nadie y además nada podemos hacer”…la sobreexplotación turística, la pesca descontrolada, el exceso de consumo de bienes, la transformación de la costa, el intenso tráfico marítimo, la contaminación por desechos sólidos, químicos y biológicos (por ejemplo mareas rojas) y un largo etcétera…todo eso afecta tanto o más que el cambio climático y es obra directa del hombre, de políticas cortoplacistas, de negligencias cotidianas, de falta de respeto por el entorno.
Y eso puede llegar a quedar impune porque el cambio climático es el “responsable último de todas nuestras desgracias”, una falacia que nos sirve de excusa perfecta para seguir nuestro camino a ninguna parte.