Nuestras vidas avanzan de espaldas al mar, con la certeza de que, tras el embate de la pandemia, al volver a nuestras playas favoritas las olas seguirán allí, tamizando la arena. Así, ignoramos la importancia de los océanos, que son el pulmón del planeta. Aunque a muchos su protección pueda antojárseles lejana y trivial, no lo es. De su preservación y su salud depende la nuestra.
Las decisiones que tomemos ahora para proteger los mares y océanos nos llevan inexorablemente hacia el futuro. No tenemos tiempo para lamentarnos, es momento de pasar a la acción. Decidir qué hacer y cómo hacerlo no será fácil. Necesitamos una economía colaborativa, inclusiva y responsable, basada en evidencias científicas y no en opiniones. Nuestro éxito depende de que lo sostenible sea accesible a todo el mundo y no el privilegio de unos pocos.
Fomentar las vocaciones científicas para proteger los océanos
La investigación y defensa de mares y océanos ha sido durante mucho tiempo un privilegio. Hoy las mujeres se abren paso en un mundo que tradicionalmente era de hombres. Aunque en muchos casos sea con efecto retroactivo, los nombres mujeres científicas del mar como Sylvia Earle, Jimena Quiros, Angeles Alvariño o Josefina Castelvi ya aparecen en el imaginario colectivo. Pero… Siempre hay un pero.
No basta con visibilizar a unas pocas. Al convertirlas en faros, sin cambiar las estructuras necesarias, seguimos dejando solas a las que ya están y privando de futuro a las que vienen. Todas ellas, ya sean visibles o invisibles, siguen capeando las tormentas sin ayuda en la inmensidad del océano. Fomentar las vocaciones científicas ha dejado de ser vanguardia para convertirse en una más de las interminables tareas de nuestras heroínas para poner de relieve la importancia de los océanos y mares y de protegerlos. Ellas ya están haciendo su parte. Ahora nos toca la nuestra, garantizar que puedan quedarse y contribuir a ese objetivo. Eso sí, sin olvidarnos que nuestra ansiada diversidad tiene muchas formas, y que el género es solo una de ellas.
Algo similar le ocurre a los mares y océanos. Un 5 de diciembre de 2008 la Asamblea General de las Naciones Unidas declaró oficialmente el 8 de junio como el Día Mundial de los Océanos: un día para visibilizar y celebrar la belleza, la riqueza y el potencial de los océanos. De eso ya hace 12 años. Hoy, todo el mundo habla de ellos, pero apenas un 7% están protegidos. No solo eso. Además, sufren de una maltrecha y fragmentada gobernanza internacional, donde a menudo lo urgente se antepone a lo importante. Una vez más, la visibilidad es condición necesaria pero no suficiente.
El capital natural es capaz de mitigar un tercio de los efectos del cambio climático
Poco a poco, los modelos la económicos empiezan a reconocer la importancia de los océanos como motor de innovación y desarrollo. Lo han hecho, no sin reticencias, en una sucesión de colores del verde al azul. Forzados por las evidencias científicas, hoy reconocen que el capital natural tiene la capacidad de mitigar un tercio de los costes asociados a los efectos del cambio climático.
Sin embargo, superar los retos a los que mares y océanos se enfrentan como consecuencia de nuestro uso y abuso requieren cambios estructurales y legales globales que garanticen su protección. Necesitamos desarrollar alternativas de gobernanza internacional que incluyan el conocimiento local en el diseño de proyectos de investigación, así como en los procesos de toma de decisiones. Casi nada.
Una iniciativa convertida en hito
En esta vorágine en la que vivimos, surgen proyectos que imaginan lo imposible. Uno de esos ejemplos es la iniciativa 30×30: una colaboración de la Universidad de Oxford y Greenpeace que tiene el objetivo de promover la protección del 30% de mares y océanos antes de 2030.
Será difícil, y no sin motivos muchos dirán que imposible. También lo parecía hace unos años que las mujeres empezaran alcanzar posiciones de liderazgo. En cualquier caso, se trata desde luego de uno de esos proyectos que sin duda merecen la pena. Un hito en la historia de la protección de los océanos. Algo que, de conseguirse, sería solo comparable con la firma del tratado Antártico que reserva la Antártida como continente para la ciencia y la paz.