Cualquiera que vea las presentaciones corporativas de Apple quedará maravillado por las funcionalidades de sus dispositivos. Pero no solo por eso. El proceso de fabricación de productos como el iPhone o el iPad se lleva a cabo buscando su máxima optimización medioambiental. Al menos eso nos cuentan. Sin embargo, cuando uno se adentra en la realidad de la fabricación de productos como el iPhone, es fácil ver otra cosa. Estar conectado con el mundo conlleva una suerte de contaminación deslocalizada de la que no somos conscientes.
Rara vez pensamos en las vueltas que dan los aparatos hasta que caen en nuestras manos. A lo sumo nos fijamos en alguna etiqueta que nos informa de su lejano origen. No obstante, cada vez es más habitual que ahí se mencionen los lugares por los que ha pasado hasta adquirir forma.
Un buen ejemplo lo encontré hace poco en un disco duro: diseñado en Estados Unidos, fabricado en China, y ensamblado en Tailandia. Es claro reflejo de cómo funciona la globalización industrial. Hoy en día diferentes proveedores fabrican cada componente según las especificaciones de la marca. Ésta solo se limita a ensamblarlos en una línea de montaje. Y en ocasiones como en la fabricación del iPhone, ni siquiera eso.
La fabricación del iPhone, cuando el ahorro supone un coste
Un buen ejemplo de contaminación deslocalizada es el smartphone de la principal marca estadounidense Apple. Su diseño se realiza en Cupertino (California). Se fabrica en Taiwan por una de las principales subcontratas mundiales, que se encarga de todo el trabajo y envía los aparatos empaquetados y etiquetados a los diferentes mercados.
Es una fórmula perfecta para ahorrar en mano de obra, aumentar la productividad, e incluso deslocalizar la contaminación que provoca el proceso de fabricación. No en vano, gran parte de las emisiones nocivas –ya sean de gases o de líquidos– que han convertido a China en el principal contaminante del planeta están provocadas por la fabricación de productos para su exportación. Eso sí, la mayoría de los beneficios se los queda la manzana mordida.
Ramificaciones de la contaminación deslocalizada
Lógicamente, la de Cupertino no es la única que se rige por este modelo. En una de las principales plantas de la marca china ZTE, una de las primeras que ha salido al mundo con sus productos electrónicos, se evidencia que es algo habitual. Los trabajadores se limitan a desembalar los componentes –la CPU, la pantalla, los cables, las tarjetas de memoria…– que llegan en camiones procedentes de diferentes partes del país –o del extranjero–, y colocarlos en su sitio antes de cerrar la carcasa. Y no sólo fabrican sus propios aparatos, también los de otras muchas marcas. Es la forma más eficiente de trabajar, repiten una y otra vez los responsables de todas las fábricas. Cada uno se especializa en hacer lo que mejor sabe y lo hace mejor, más rápido, y más barato que cualquier otro.
¿Es sostenible viajar para comprar más barato?
Como periodista siempre me ha interesado conocer de dónde vienen los productos que utilizamos en Occidente. Cómo y quiénes los fabrican. Por eso, hace unos días no pude sino reflexionar sobre todo esto al ver la cuadratura del círculo en uno de los establecimientos de un centro comercial en Bilbao. Fue allí donde, el día de su lanzamiento en España, me encontré con un grupo de ciudadanos chinos que hacían cola para adquirir el nuevo iPhone 6. Curiosamente, por la tardanza del gobierno chino a la hora de conceder los permisos para su comercialización. Es más fácil encontrar este producto ‘Made in China’ en la capital vizcaína que en Shanghái. Y no sólo eso, también es más barato.
Los turistas chinos habían echado cuentas. Gracias al actual cambio del euro y el yuan ahorraban ya algo en el precio del teléfono. Pero a ello había que añadir el ‘Tax Free’ que les permite recuperar casi todo el importe del IVA cuando regresen a su país, razón por la que el iPhone termina costándoles casi un 25% más barato. No deja de resultar irónico teniendo en cuenta que hará el viaje de vuelta a casa con el coste que ello conlleva en transporte y la huella medioambiental que deja. Porque puede que desde el punto de vista del consumidor la compra tenga sentido. Pero, posiblemente, desde el sentido común no estaría mal plantearse el sistema por el que se rige el comercio.