Por un lado, en Marte existe una posibilidad real de que puedan haber microorganismos indígenas. Por otro lado, también existe la posibilidad de que microorganismos terrestres puedan llegar a desarrollarse en determinadas regiones del planeta. Estas no son mucho más hostiles que algunos de los ambientes más extremos que de la Tierra y en los que la vida prospera. Así, las muestras marcianas que sean transportadas hasta nuestro planeta en futuras misiones robóticas tendrán que ser examinadas en condiciones de seguridad muchísimo más estrictas que en el caso de las muestras lunares. Incluso es posible que deban ser analizadas en el espacio, por ejemplo, en la Estación Espacial Internacional, antes de bajarlas a la Tierra. Pero no hay que olvidar evitar la contaminación biológica.
La vida en Marte
En el sentido opuesto, en el año 2002, el COSPAR estableció una serie de «regiones especiales» en Marte. En ellas las condiciones de humedad y temperatura podrían sustentar formas de vida autóctonas. O bien permitir una hipotética colonización por parte de organismos terrestres. Estas zonas están estrictamente vedadas a la exploración robótica y, sobre todo, a la futura exploración humana. Cada dos años, el COSPAR revisa y amplía la lista de regiones especiales, que crece a medida que progresa nuestro conocimiento sobre el planeta rojo: los casquetes polares, las regiones más profundas de Valles Marineris, las cuevas observadas en los flancos de algunos de los volcanes del macizo de Tharsis o, en general, las zonas donde se sospecha que pueda existir un acuífero poco profundo o posible actividad hidrotermal.
A este respecto, el reciente descubrimiento de surgencias estacionales de agua líquida salobre en la superficie, las famosas recurring slope lineae (RSL), nos obliga a revisar una vez más qué zonas debemos vetar. Por ejemplo, se han detectado algunas RSL en el cráter Gale, la región del planeta que está siendo explorada actualmente por el robot Curiosity. Pero aunque Curiosity pudiera llegar hasta ellas, deberíamos evitarlo, precisamente para impedir su posible contaminación.
Preservar intacto el ecosistema nativo
Se nos presenta, pues, una curiosa paradoja: queremos averiguar si hay vida en Marte; pero, si queremos preservar intacto un posible ecosistema nativo, no podemos explorar las zonas que son precisamente las más prometedoras para albergarla. Hay que evitar la contaminación biológica. Por lo menos, de momento, hasta que no mejoremos aún más si cabe nuestros sistemas de esterilización. Y, evidentemente, no podremos enviar misiones tripuladas hacia estas regiones tan atractivas hasta que no hayamos realizado una concienzuda exploración robótica. Sería un auténtico desastre para la ciencia que encontráramos microbios en Marte, y que estos no fueran más que polizones que hubiesen llegado hasta allí transportados inadvertidamente desde la Tierra.
¡Nuestros sueños de analizar muestras prístinas de una hipotética biología marciana se desvanecerían para siempre! Como dijo Carl Sagan, si algún día encontramos vida autóctona en el planeta rojo, deberíamos mantenernos al margen y dejar Marte para los marcianos, aunque estos sean microbios.
Y si no, no hay ninguna duda de que los marcianos acabaremos siendo nosotros…
Este es la segunda parte del post de esta fascinante entrega: Contaminación biológica cruzada entre mundos habitables.