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Hacia una vida sostenible desde la justicia y equidad

12 de Diciembre de 2019
pérdida o degradación de ecosistemas y cómo llegar a la sostenibilidad desde la justicia y equidad
No estamos solo ante una crisis ecológica, sino también de globalización y aceleración, en la que el cambio climático es uno de los fenómenos. Astrid Agenjo Calderón plantea aquí la necesidad de articular propuestas alternativas hacia la sostenibilidad, en un contexto en el que la mujer es, por distintos motivos, la más afectada de la situación.

A lo largo de la historia se han producido perturbaciones y rupturas en el entorno físico y ecológico debido a múltiples causas naturales. Sin embargo, el hecho relevante en la etapa actual es que somos los seres humanos quienes actuamos sobre él de forma acelerada y turbulenta. Intervenimos en el medio tanto de forma exógena (haciendo uso de los servicios de los ecosistemas) como de forma endógena (modificándolos con nuestra propia presencia y comportamiento). ¿Cómo estamos contribuyendo los humanos a la pérdida o degradación de ecosistemas? ¿Cómo podemos lograr alcanzar la sostenibilidad desde la justicia y la equidad?

Así, se habla del Antropoceno para designar «una nueva era geológica en la que la humanidad ha emergido como una nueva fuerza capaz de controlar los procesos fundamentales de la biosfera» (Duarte, 2006: 24). A este respecto, Riechmann (2018:14) matiza que lo que hace el ser humano es «interferir» en casi todos los procesos naturales, pero apenas los controla. Por ello, este autor considera fundamental distinguir entre «antropoceno» e «ideología antropocénica», entendida esta última como la «ebria de ilusión de control sobre la naturaleza que florece en nuestros días» (Riechmann, 2018: 17).

La pérdida o degradación de ecosistemas

La combinación de crecimiento exponencial de la población -fundamentalmente en los grandes núcleos urbanos-. Por otro lado, un similar incremento de la actividad económica a escala global, el modelo agroalimentario e hídrico y el desarrollo de las tecnologías -en el mejor de los casos son ajenas y, en el peor, destructivas de los ciclos ecológicos normales- está provocando pérdida de funciones medioambientales, pérdida o degradación de ecosistemas y generación de un cambio ambiental global de una escala sin precedentes.

Hemos llegado así a una fase de «translimitación» o rebasamiento ecológico (García, 2016), en el sentido de que el sistema económico se ha expandido hasta superar los límites naturales, esto es, la capacidad de sustentación (o de carga) del ecosistema del que se mantiene. Por ello no se trata solo de una crisis ecológica, sino también de una crisis de globalización y de aceleración (ibíd.); un «golpe de estado a la biosfera» (Herrero, 2011) en el que deben situarse fenómenos como el cambio climático.

La inminencia del pico del petróleo y de los otros combustibles fósiles. La extinción de especies animales y vegetales o la sobrecarga de los sistemas renovables terrestres y marinos. De la misma manera, la escasez de diversos minerales y las múltiples formas de la contaminación. Todos estos elementos contribuyen a la extrema la relación entre población y producción de alimentos. Esta pérdida o degradación de los ecosistemas se ha ido acelerando en los últimos años.

En palabras de Fernández-Durán (2010: 5), se ha emprendido así una «guerra silenciosa, destructiva y en acelerado ascenso contra la Naturaleza, llevada a cabo por la expansión a escala planetaria del sistema urbano-agro-industrial que ya no se puede ocultar, y está actuando actualmente como un auténtico boomerang contra el mismo«.

La mujer, más afectada por el deterioro ambiental

Desde los feminismos se señala que las mujeres se ven afectadas en mayor medida por el deterioro ambiental debido a dos razones (Puleo, 2014). En primer lugar, por sus particulares características hormonales. El cuerpo femenino es un bioacumulador de agrotóxicos y de otras sustancias nocivas que actúan como disruptores endocrinos. De ahí sus altos índices de hipersensibilidad química múltiple y el incremento de los cánceres ginecológicos. En segundo lugar, y en lo referente a las mujeres empobrecidas del Sur global, debido al impacto sobre sus territorios de los herbicidas. Estos se usan en los monocultivos y los productos empleados en la megaminería. Su uso dificulta la consecución de agua potable, leña o comida, y el aumento de las enfermedades.

Quizás por estas mismas causas, campesinas e indígenas, en tanto que defensoras de sus territorios y lideresas de la resistencia, también son las protagonistas de las alternativas y los nuevos horizontes abiertos por la agroecología y la soberanía alimentaria. No obstante, los niveles de persecución y agresiones ejercidos actualmente contra ellas están creciendo exponencialmente (según datos de la organización Entrepueblos, ya son 1.238 defensoras y defensores ambientales asesinadxs en los últimos 10 años).

Sostenibilidad desde la justicia y la equidad

Por todo ello es necesario articular propuestas alternativas orientadas a la transformación estructural en la manera de organizar la producción, la circulación, la distribución y el consumo de una forma justa, equitativa y sostenible desde, por y para las personas. En este sentido, una de las cuestiones fundamentales a explorar es la noción de Sostenibilidad de la vida.

Ello implica comenzar a pensar/pensarnos en términos de aprovisionamiento social y no como individuos aislados. Poner de manifiesto cuáles son nuestros intereses prioritarios como sociedad en nuestro contexto concreto, las condiciones materiales e inmateriales necesarias para ello. Una vez allí, debemos juzgar con qué estructuras queremos reproducir las condiciones de posibilidad de una vida digna (con criterios de justicia y equidad). El objetivo será diseñar indicadores, acciones y/o plasmaciones políticas más concretas que permitan afrontar los retos actuales. Lograr alcanzar la sostenibilidad desde la justicia y la equidad ha de ser nuestra meta.

 

ACERCA DEL AUTOR

Astrid Agenjo Calderón
Vicepresidenta del Observatorio GEP&DO, es Doctora en Economía por la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla y Máster en Economía Internacional y Desarrollo por la Universidad Complutense de Madrid. Sus líneas de investigación giran en torno a la Economía Política Feminista, el estudio de la economía mundial, las crisis, el proceso de integración europeo, los derechos económicos de las mujeres y los usos del tiempo. También realiza actividades de formación y sensibilización en materias relacionadas con la Economía Feminista. Forma parte de la International Association for Feminist Economics (IAFFE) y la Asociación española de Economía Crítica (AEC).