Submarinos: un viaje a las profundidades

Desde su creación, a finales del siglo XIX, este tipo de nave capaz de sumergirse y navegar por debajo del agua ha tenido una aplicación principalmente militar.

El fundamento de este peculiar medio de transporte descansa en el Principio de Arquímedes, es decir, todo cuerpo parcial o totalmente sumergido en un fluido es empujado hacia arriba con una fuerza igual al peso del volumen del agua que dicho cuerpo desplaza. Los submarinos, como los barcos, tienen flotabilidad positiva debido a que su densidad, al ser menor que la del agua, genera un empuje hacia la superficie. Por tanto, para hundirse requieren una densidad mayor que la del agua, algo que consiguen inundando con agua una serie de tanques llamados lastres situados en la parte delantera y trasera. Para emerger de nuevo vacían los tanques con unas bombas especiales e inyectan aire. Aunque en los últimos años algunos países, como Japón o China, han desarrollado sumergibles capaces de descender por debajo de 10.000 metros, los grandes submarinos no suelen superar los 600 metros de profundidad. Más allá, la diferencia entre la presión del mar y la presión atmosférica del interior es excesiva para los cascos de acero o titanio de estas naves. De hecho, durante la Segunda Guerra Mundial se extendieron los submarinos con doble casco: uno ligero exterior para facilitar la navegación y otro duro interior pensado para soportar la presión hidrostática.

Hasta los años 50 del siglo pasado, todos los submarinos utilizaban propulsores diésel-eléctricos para mover las bombas y las hélices o turbinas. Este sistema tiene el inconveniente de que los motores diésel necesitan absorber oxígeno y expulsar dióxido de carbono para funcionar y poder recargar las baterías eléctricas del submarino. En consecuencia, periódicamente el aparato debe emerger y captar oxígeno con un esnórquel, que también sirve para renovar el aire interior. Tras la Segunda Guerra Mundial, la invención de la propulsión atómica supuso un avance revolucionario. Los submarinos pasaron a utilizar elementos radiactivos como combustible y reactores nucleares para generar vapor de agua y mover turbinas y generadores. Esto permitió aumentar su velocidad y, sobre todo, su autonomía. Ya no era necesario obtener oxígeno por lo que los submarinos podían permanecer sumergidos durante meses (también se desarrollaron sistemas para reciclar el aire interior y producir agua dulce por ósmosis inversa o evaporación). La basura se elimina a través de bidones de acero galvanizado que se depositan en el lecho marino. Hoy en día, la propulsión diésel-eléctrica se sigue utilizando en modelos pequeños o en países que no disponen de tecnología nuclear.

Para navegar a gran profundidad, donde no existe visibilidad, los submarinos utilizan el sonar, un sistema de localización acústica que emite ondas y después analiza de qué manera rebotan. De esta manera, es posible detectar y determinar la distancia a la que se encuentra cualquier obstáculo. Es un mecanismo similar al que poseen los delfines.

SUMERGIBLES Y UTILIZACIÓN CIVIL

En su origen, el submarino fue ideado como una máquina eminentemente bélica. La posibilidad de aproximarse y atacar a un enemigo bajo el agua, sin ser visto, representaba una ventaja estratégica clave en cualquier contienda marina, como quedó plasmado en las dos grandes Guerras Mundiales. Sin embargo, en paralelo fueron proliferando otro tipo de sumergibles para uso científico y civil. Aparatos de movilidad más limitada idóneos para estudiar el fondo de los océanos, localizar barcos hundidos, realizar operaciones de rescate, etc. Los batiscafos o minisubmarinos autopropulsados son un buen ejemplo. En los últimos tiempos también se han desarrollado sumergibles controlados de forma remota para acceder a zonas muy profundas y peligrosas o, por ejemplo, sellar fugas en buques hundidos. Además, han proliferado los submarinos recreativos en aquellos destinos turísticos, generalmente en zonas tropicales, donde las aguas claras permiten admirar la belleza de las profundidades marinas.

La evolución de los submarinos

Aunque los submarinos tal como los conocemos en la actualidad tienen su origen en el siglo XIX, el primer prototipo de nave sumergible se remonta al 1620.

1620. El holandés Cornelis Drebbel construyó en Inglaterra la primera nave submarina de madera. Tubos de aire mantenidos en la superficie aseguraban el suministro de oxígeno. © Colin Smith/Wikimedia Commons.

1620. El holandés Cornelis Drebbel construyó en Inglaterra la primera nave submarina de madera. Tubos de aire mantenidos en la superficie aseguraban el suministro de oxígeno. © Colin Smith/Wikimedia Commons.

U-Boots, los temibles submarinos nazis

Los submarinos alemanes de la Segunda Guerra Mundial representaron una amenaza terrible para las flotas aliadas entre 1939 y 1943. La aparición del radar permitió neutralizarlos.

El almirante Karl Dönitz fue el gran impulsor de la flota de submarinos de guerra para la Kriegsmarine. Haciendo caso omiso de la prohibición del Tratado de Versalles, antes y durante la guerra la Alemania nazi construyó un total 1.177 aparatos. A pesar de no ser demasiado rápidos, los U-Boots, también conocidos como “lobos de mar”, estaban armados con lanzatorpedos y minas y resultaban mortíferos gracias a sus tácticas de ataque en grupo. Así lo reconoció Winston Churchill: “La única cosa que realmente me asustó durante la guerra fue el peligro representado por los submarinos”. El principal área de acción de los U-Boots fue el océano Atlántico y el Mar del Norte, donde hicieron estragos entre la flota aliada y lograron bloquear los suministros a las islas británicas. Finalmente, cuando los barcos aliados fueron dotados con sonar y radar y contaron con el apoyo de aviones cazasubmarinos, la eficacia de los U-Boots se redujo por completo.

20/09/2022