¿Por qué los pingüinos renunciaron a volar?

El proceso de adaptación de estas aves al medio marino ha sido tan completo, que hasta sacrificaron las plumas de sus alas para convertirlas en poderosas aletas.

Uno de los casos de adaptación al medio más conocidos, aunque no por ello menos sorprendente, es el de los pingüinos. Hace más de 30 millones de años, los antepasados de estas aves marinas comenzaron a capturar su alimento bajo el mar y, consecuentemente, se inició un lento proceso evolutivo que les llevaría a perder su capacidad de volar para lograr, en su lugar, una extraordinaria aptitud para el buceo. Los huesos de las alas se comprimieron progresivamente y las articulaciones se fueron atrofiando hasta que, con el paso del tiempo, las extremidades adoptaron su definitiva forma de aleta. Gracias a esta transformación, los pingüinos actuales se propulsan por el agua a gran velocidad, superando en situaciones límite los 25 km/h, y pueden zambullirse hasta los 500 metros. También las patas posteriores retrasaron paulatinamente su posición, lo que favoreció su efectividad bajo el agua en detrimento de una menor utilidad para la marcha en tierra firme.

La conversión de las alas en aletas fue clave para que los pingüinos adquirieran una figura hidrodinámica, imprescindible para disminuir la resistencia del agua y facilitar así el movimiento. Pero hubo muchas más adaptaciones fisiológicas. El plumaje, por ejemplo, se hizo más resistente al agua y, para evitar que el ave se mojara, aumentó su densidad. También adquirieron un mayor volumen sanguíneo, necesario para almacenar más oxígeno y aumentar, por lo tanto, el tiempo de inmersión –los pingüinos emperador pueden estar hasta 15 minutos bajo el agua sin respirar–. La hemoglobina en los glóbulos rojos también se ajustó para sacar el máximo provecho de cada molécula de oxígeno cuando el pingüino está sumergido, Además, redujeron la frecuencia cardíaca a cinco latidos por minuto.

Por otra parte, los pingüinos poseen unas glándulas especiales, llamadas supraorbitales –por estar situadas justo encima del ojo–, que ayudan a los riñones en la tarea de filtrar el exceso de sal de la sangre. Gracias a estas glándulas, las aves pueden tragar agua del mar sin sufrir un colapso ni deshidratarse –en realidad, no la beben directamente sino que la ingieren cuando capturan a sus presas–. Las excreciones resultantes del proceso de filtración salen por la cavidad nasal que las aves tienen en el pico, a veces mediante un característico estornudo, y están compuestas básicamente por cloruro de sodio.

Antepasados de tamaño gigantesco

El gigantesco Kairuku, de 1,3 m de altura, vivió en Nueva Zelanda hace 25 millones de años. © Chris Gaskin / Universidad de Otago.

En el período Cretácico ya existían aves marinas no voladoras. Gracias a los numerosos fósiles encontrados se sabe que, poco antes de que aparecieran los antepasados de las aves costeras modernas, vivió un tipo de ave, parecida al actual somormujo, que tenía las alas adaptadas para nadar bajo el agua y bucear. Se llamaba Hesperonis pero, según parece, no dio paso a ninguna linea evolutiva. Bastantes millones de años después, a finales del Eoceno, aparecieron los verdaderos antepasados de los pingüinos modernos. Sus fósiles, incluyendo plumas, se han encontrado en yacimientos del actual Perú. Los Icadyptes eran aves de metro y medio de alto –el doble que los pingüinos actuales más grandes– y de color gris y marrón rojizo. Ésta no es, sin embargo, la especie de pingüino más grande que ha existido. En la Antártida, hace unos 35 millones de años, vivió el Palaeeudyptes, con 1,7 m de altura y un peso superior a los 100 kilos.

Pobladores del hemisferio austral

El más pequeño de los pingüinos es el azul, que vive en Nueva Zelanda y en el sur de Australia. Mide unos 40 cm de altura y pesa poco más de 1 kg. HitManSnr © Shutterstock.

El más pequeño de los pingüinos es el azul, que vive en Nueva Zelanda y en el sur de Australia. Mide unos 40 cm de altura y pesa poco más de 1 kg. HitManSnr © Shutterstock.

Casi todos los pingüinos –famila Spheniscideos– viven por debajo del Trópico de Capricornio , aunque no necesariamente en las frías latitudes antárticas. También hay especies en regiones templadas y, en el caso del pingüino de las Galápagos, incluso cerca del Ecuador.

Los álcidos, un caso de evolución convergente

Un ejemplar de alca común seca sus alas sobre las rocas. Petr Salinger © Shutterstok.

Un ejemplar de alca común seca sus alas sobre las rocas. Petr Salinger © Shutterstok.

Los pingüinos no son las únicas aves que han adaptado su morfología para el buceo marino. En el hemisferio norte habitan otras especies que se parecen mucho a ellos, en aspecto y costumbres alimenticias, pero que no han perdido por completo la capacidad de volar. Se trata de lo álcidos, una familia completamente distinta a la de los pingüinos, de la que forman parte los frailecillos, los mérgulos, los araos y las alcas. Como sus «primas» del sur, estas aves pasan la mayor parte del tiempo en alta mar y visitan la cosa solo en la época de cría. En este sentido, si la adaptación de los álcidos no ha llegado tan lejos como la de los pingüinos es porque, en la mayor parte de casos, estas aves crían en los acantilados y necesitan volar para alcanzarlos.

Actualizado: 21/09/2022