El algarrobo europeo (Ceratonia siliqua) es un árbol que tiene su origen en Asía sudoccidental. Se trata de un frutal que pertenece a la familia de las leguminosas. Es de hoja perenne y cuenta con un tronco robusto y corto.
El algarrobo posee una copa, que se desarrollo a partir de su tronco, de forma redondeada, densa y oscura. Su crecimiento, en condiciones favorables, puede llegar a alcanzar hasta los 10 metros de altura.
Sus hojas semicoráceas poseen un intenso color verde con haces brillantes y envés mate. Tienen una forma ovalada, son compuestas y paripinnadas con 6 a 10 folíolos. Sus pequeñas flores son unisexuales suelen aparecer desde principios de primavera hasta mediados de otoño.
El fruto de esta especie de árbol es la algarroba. Se trata de una especie de vainas de color castaño oscuro. Estas suelen medir entre 5 y 8 centímetros de longitud y en su interior se encuentran las semillas que mantienen su poder germinativo hasta los 10 años.
Una de las peculiaridades de la algarroba es que son capaces de mantener las propiedades de sus semillas incluso después de un incendio. Aunque su siembra es dilatada en el tiempo debido a sus características impermeables.
Este fruto tiene diferentes aplicaciones en la alimentación. Su uso se extendió durante la Guerra Civil Española, una época de escasez alimentaria que proliferó su utilización en el ámbito culinario. Actualmente, este fruto se utiliza, por ejemplo, en harinas o como sustituto del cacao o el chocolate.
Otra de las aplicaciones que tiene la algarroba es como forraje y en el ámbito médico. Y es que el fruto del algarrobo tiene importantes propiedades medicinales para combatir problemas digestivos y respiratorios.
Se ha demostrado que el algarrobo europeo tiene una capacidad natural de actuar como sumidero de CO2, característica por la que se convierte en un perfecto aliado del medioambiente para minimizar los efectos del cambio climático. Además, otras de las características de este árbol es su gran capacidad de adaptación a climas secos. Esto les permite favorecer la restauración de los suelos y ayudan a prevenir la desertización y las inundaciones.
La rusticidad del algarrobo, su adaptación a una agricultura en expansión, el incremento de la rentabilidad en las nuevas plantaciones y las perspectivas comerciales de este fruto desecado, hacen de este árbol una alternativa ideal para el cultivo en zonas en secano y con pocos recursos hídricos.
A su vez, puede poseer un papel decisivo para una economía más sostenible, ya que, como especie adaptable y compatible con la agricultura, puede tener una elevada productividad, algo que conduciría a una mayor rentabilidad de las explotaciones agrarias.
Los árboles cumplen una doble función esencial para la vida: absorben CO2 y generan oxígeno. Sembrar árboles es sembrar oxígeno, algo de vital importancia. Y es que se necesitan 22 árboles para suplir la demanda de oxígeno de una persona al día. Pero, además, restaurar zonas forestales incendiadas, es ganarle la lucha a la desertización y al cambio climático.
Por esta razón, desde Fundación Aquae, y en el marco de su proyecto “Sembrando O2”, hemos plantado algarrobos en diferentes zonas de la península ibérica, como Orihuela, junto a Hiraqua; Zamora, de la mano de Aquona; o Granada, con Hidralia. Una iniciativa que tiene como objetivo principal luchar contra el cambio climático y reducir la emisión de CO2 a través de la reforestación de zonas que así lo requieren.