Un año después volvimos a sumergirnos en sus aguas, un lugar que encierra la magia del mar y del volcán. Mientras que en tierra apenas si aflora algún mato aislado entre las lavas petrificadas, bajo el agua éstas se hallan tapizadas por un gran manto vegetal que sustenta gran variedad de vida.
Al igual que el año anterior, finalizando la inmersión, con apenas 70 bares de presión en las botellas y a escasos 800 metros del punto del primer encuentro, nos volvimos a tropezar con la misma tortuga.
¿Suerte? Sí, mucha suerte, hay gente que bucea prácticamente todo el año en este lugar y nadie la ha visto.
Y lo primero que nos saltó a la mente es qué hacía este animal solitario por estos confines del Atlántico, lo cual nos hace ser muy conscientes de lo poco que sabemos de las especies del océano.
La tortuga carey, Eretmochelys imbricata, es una especie catalogada por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) como en peligro crítico de extinción. El responsable de ello no es otro que el propio ser humano.
Como otros muchos animales oceánicos, tiene una fase de dispersión juvenil pelágica, que en su caso es de las más cortas entre las tortugas marinas, entre 2 y 3 años, antes de fijarse a los fondos costeros donde continuará con su desarrollo, alimentándose principalmente de esponjas y otros invertebrados marinos. Esto nos hace pensar que nuestra protagonista, que por el tamaño del caparazón rondará los 5 o 6 años de edad, podría llevar en la isla probablemente unos 3 años.
¿Su procedencia? Todo un misterio. El único ejemplar analizado genéticamente hasta la fecha en Canarias reveló un origen en el Atlántico africano. Sin embargo, la secuencia genética identificada fue diferente de las encontradas en Sto. Tomé y Príncipe, las únicas poblaciones de cría caracterizadas hasta la fecha en África. Por tanto, esta tortuga podría pertenecer a alguna otra población aún desconocida, como ocurre con algunos ejemplares inmaduros que se hallan en Cabo Verde.
Fue uno de esos encuentros llamados especiales, de esos que perduran para siempre en la retina, por muchos motivos, pero acrecentado por la manera de cómo el animal nos aceptó sin temor, como parte de su mundo submarino. Nuestra presencia no modificaba su comportamiento y eso muy rara veces sucede…
Y quizás, sabiendo que son unos animales que muestran una gran fidelidad a un corto espacio marino, volvamos a encontrarnos con él y podamos disfrutar de nuevo de un invitado tan especial en las aguas de La Palma.