Este debate, nada trivial aunque algunos lo ningunean o lo convierten en un efecto ‘colateral’ ha llegado a agriar debates entre renombrados científicos en Canadá, Estados Unidos o Noruega. Se ha politizado, sin duda lo peor que le podía pasar a este errabundo animal, llenando a veces de rabia contenida artículos de prestigiosos científicos. Los más afectados por el cambio climático serán aquellos organismos con un elevado grado de especialización y poco margen para la adaptación al rápido cambio que se nos avecina. Uno de esos animales afectados por el cambio climático es, sin duda, el oso polar.
La situación de los osos polares
Los osos polares por lo general dependen mucho de la dinámica de la banquisa polar para sobrevivir. La mayoría de la energía la obtienen cazando focas (sobre todo de la especie Phoca hispida) cuando la banquisa está todavía presente de forma que puedan esperar a que el fócido salga a respirar para cazarlo o bien sacándolo de debajo de la capa helada donde puede estar oculto (sobre todo los recién nacidos).
La mayor parte de este consumo se da en marzo, el mes que más cambios en la dinámica del hielo está sufriendo en el Ártico. Es el inicio de la primavera, que se está adelantando de forma dramática en determinadas zonas. La mayoría de los lípidos que acumulan para el resto del año provienen de esas semanas criticas, cualquier cambio en este sentido va a afectar su dinámica vital. Menos hielo, menos comida, y además más gasto energético en sus largos desplazamientos.
Los osos polares no temen nadar, pero puede que su esfuerzo sea en vano, porque las presas disponibles, sobre todo en determinadas zonas, no son tantas. Pero hay más, los osos necesitan reproducirse, como cualquier especie, y su dispersión o cambio en las costumbres migratorias podría aislarlos hasta poner en peligro la estabilidad de sus poblaciones.
La desaparición del hielo marino
Hay una relación entre la supervivencia de hembras adultas y la extensión del hielo. En 2001-2003, un periodo en el que hubieron 101 días sin hielo marino, la supervivencia de las hembras era de un 96-99%, según la zona; en 2004-2005, cuando los días sin hielo llegaron a los 135, las hembras supervivientes oscilaron entre un 73% y un 79%”. Hoy día se calcula que la supervivencia ha bajado a menos de un 50%.
Las crías también sufrieron una mortalidad similar en periodos de poca cobertura de hielo en las zonas estudiadas. Los efectos de más días sin hielo podrían ser considerables. Si seguimos con la actual tendencia y el hielo marino se hace cada vez más escaso, más de un tercio de la población podría extinguirse en los próximos cincuenta o cien años.
El futuro de los osos polares
¿Futuro? ¿Adaptaciones? Está claro que no todas las poblaciones de osos polares se ven afectadas del mismo modo. Se han aplicado modelos de supervivencia validándolos con datos de series temporales existentes. En esos modelos se observa que los osos del mar de Barents y Chukchi en el sur del Ártico son las zonas más afectadas; las poblaciones del norte de Groenlandia estarán menos afectadas.
El modelo tiene en cuenta algo clave: del aproximadamente 1 millón de km2 de hielo que había disponible en verano hacia 1985 para los osos en las zonas en las que se movían, se pasará en 2090 a unos 320.000 km2. Una reducción del 68%, mientras que en invierno será de un 17%.
Se están observando cambios en las costumbres del oso polar en determinadas zonas. Al despertarse antes y adelantarse la primavera, los más jóvenes se están aprovechando más de las nidadas de pájaros como el ganso ártico, del que sacan algo más que un tentempié en zonas como la Bahía de Hudson. La supervivencia de los osos puede depender (al menos parcialmente) del solapamiento con las nidadas de éstos y otros pájaros, así como de la búsqueda de nuevas fuentes de alimento.
¿Un cambio irreversible?
Los cambios son rápidos y las poblaciones de osos polares se pueden ver dañadas en algunos casos de forma poco reversible. El discurso de abanderarse o no tras la especie puede ser más o menos correcto, pero la realidad es que todas las evidencias indican un declive en un tipo de hábitat frágil, expuesto a la cara más cambiante del calentamiento global.