En su vasta inmensidad, el gran azul esconde grande secretos. Acompáñanos en este viaje que te llevará a descubrir los misterios de los océanos. Y, recuerda, que solo si sabemos cuidar los océanos, conseguiremos mantenerlos con vida para que más gente los descubra.
Los misterios de los océanos
La mar es el líquido amniótico que originó la vida en la Tierra, la inmensa placenta del planeta: tal vez por eso nos resulta tan placentera su proximidad.
He tenido la inmensa fortuna de nacer, crecer y vivir hasta hoy junto al mar. No concibo mi vida sin su presencia. Aunque no lo vea está en mí, lo siento y lo presiento. Ahora mismo, en este preciso instante, mientras enlazo estas palabras percibo a la mar cercana pues la tengo a mis espaldas.
Hay muchos mares en la naturaleza a los que acudir en función del estado de ánimo. Está por ejemplo la mar de noviembre. Una mar serena en un día de cielo plomizo, esos en los que las gaviotas de la playa hinchan el plumaje para abrigarse y permanecen agrupadas sobre la arena.
Luego está la mar en el acantilado en un día de temporal. Una mar colosal, ciclópea: que te golpea el alma y te arranca las incertidumbres con la misma fuerza con la que bate las rocas y empuja las gotas saldas hasta las alturas. Es un mar para despertar el ánimo, sacudirlo de viento y de sal y alzarlo más allá de los temores. Una mar embravecida que ayuda a embravecerse y a plantarle cara al abatimiento hasta arrancárnoslo de cuajo. Un momento en que plantearse cuáles son los misterios de los oceános.
Otros misterios de los oceános
En esos días de tormenta y mar embravecida las aves pelágicas como los paiños (ocell de tempesta es su nombre en catalán: no conozco otro más bello), las pardelas, los araos y las alcas, junto al resto de los pájaros salados que bucean y nadan, se acercan a la costa huyendo del oleaje que convierte el mar adentro en una temible montaña rusa.
Los amantes de la ornitología aprovechamos entonces para ir a lo alto de los acantilados y, catalejo en ristre y anorak al cuello, disfrutar de unas aves que por lo común solo se pueden divisar desde las cubiertas de los barcos, volando a ras de agua, acariciando las olas con la punta de las alas.
Y luego está el mar profundo: el gran azul. Todos los misterios del planeta siguen allí abajo, en sus entrañas insondables: el lugar más silencioso del mundo. Las crónicas de los investigadores de las profundidades marinas, las novelas que narran la leyenda del gran leviatán, los reportajes sobre calamares gigantes, las espectrales imágenes de la fauna abisal. Son tantos los misterios de los océanos que se hace difícil entender como podemos destinar tantos miles de millones a buscar vida en el universo cuando apenas conocemos la que habita las profundidades de los océanos. Según los expertos solo le hemos puesto nombre a un 1% de lo que existe allí abajo. Pero lo poco que sabemos es simplemente fascinante.
El animal más gande de la Tierra
Sabemos por ejemplo que en la profundidad del océano sigue viviendo el animal más grande que jamás ha habitado la Tierra. Este es uno de los grandes misterios de los océanos más accesibles. Un ser vivo mucho más grande que cualquiera de los que se desplazan o se han desplazado jamás por su superficie. Mucho, muchísimo más inmenso que el más grande de los dinosaurios que un día poblaron el mundo: se trata de la ballena azul, a la que los científicos llaman Balaenoptera musculus. Un motivo claro que nos recuerda por qué debemos cuidar de los oceános.
El mayor de los dinosaurios que poblaron la Tierra hace millones de años fue el braquiosario: una auténtica mole viviente. Medía 24 metros de largo, 12 de alto y pesaba 75 toneladas: el equivalente a 15 elefantes. La ballena azul supera los treinta y tres metros de longitud y su peso puede llegar a superar las cien toneladas: como 25 elefantes.
Y junto a ella, el resto de las fascinantes criaturas que habitan el gran azul a mayor o menor profundidad: el calamar gigante, el gran tiburón blanco (hoy en día amenazado de extinción), el peregrino, la orca, el delfín, la manta, el pez luna, el martillo, los grandes meros, los cardúmenes de barracudas y espetones, los grandes pulpos (como cíclopes de ocho brazos), la inmensa tortuga laúd, los cachalotes, la preciosa ballena blanca o beluga, el narval (el unicornio marino)… es imposible resumir en este breve apunte la espectacularidad de la biodiversidad marina. Así como su fragilidad.
¿Por qué debemos cuidar los océanos?
Por eso quería proponer en este rincón para la reflexión en torno al agua, que la próxima vez que nos acerquemos a la mar pensemos siquiera un instante en los tesoros naturales que habitan sus profundidades, la mayoría ignotos. Y que además de emocionarnos, nos comprometamos íntimamente a hacer lo posible para no perderlos antes de conocerlos. Cuidar los océanos, proteger el gran azul. Una misión para que todo el mundo pueda disfrutar de sus infinitos misterios.