Los melocotones de Parán: una odisea en Perú

Ceguera y falta de agua

Una de las mujeres que fundó el pueblo de Parán (Perú) hace cien años portaba la mutación, y con ella comenzó la sucesión de hombres ciegos en el pueblo, que además de heredar la ceguera, heredan parcelas de melocotón.

Aproximadamente uno de cada ocho habitantes de Parán ha perdido la visión. Hasta hace poco, los aldeanos de Parán nunca entendieron la causa de la ceguera, aunque sospechaban que podría haber un componente genético porque es hereditario. Sin embargo, la mayoría ni siquiera había recibido atención de un médico.

Ellos apenas son conscientes de su discapacidad y trabajan sus tierras con total normalidad. De hecho,  los melocotones de Parán, cultivados a tientas, están considerados como los mejores melocotones de Perú.

Sin embargo, a pesar de lo que pueden parecer circunstancias sombrías, los Paranos persisten con un vigor más que asombroso. Sin asistencia del gobierno ni instalaciones adecuadas para adaptarse a la ceguera, los hombres de la zona se preparan para una vida en la oscuridad antes de que llegue la ceguera total. Personas como Lorenzo, un anciano sin nadie que lo cuide, realizan una caminata de, por lo menos, dos horas por las colinas rocosas en las que viven hasta el centro del pueblo todos los días.

El drama en Parán no es la ceguera, sino la falta de agua. No hay desagüe ni riego tecnificado; el agua que obtienen de manantial les da justo para regar los melocotones.

El milagro de Parán

Cayetano Pacheco es el presidente de la comunidad, un hombre sencillo y con una tremenda visión para sacar el pueblo adelante:

-Parán es ceja de costa y ceja de sierra -explica-, por eso no cuenta con cordillera ni con laguna. Parán solo vive de manantiales, y al vivir de manantiales es una pena. Da pena la cola para llevar un balde de agua a la casa. Colaza. Para lavarnos tenemos que ir por las quebradas, y donde hay un chorrito de agua, darnos un aseo. Donde hay lagunas hay agua, pero aquí da pena.

Mediante un sistema de tubos, traen el agua desde una captación en la quebrada hasta un pequeño depósito en el pueblo. Hasta junio o julio tienen agua, sobre todo si ese año ha llovido bien, pero casi todos los años escasea. Y ellos tienen unas 120.000 plantas de melocotón. Hay épocas en que las riegan una vez cada 50 días. Y ahí siguen vivas.

Es ese uso del agua lo que ha dado fama a los melocotones de Parán. No hay desagüe ni riego tecnificado. No hay acequia ni represa; pura tubería y manguera. Agarran una manguera y la llevan manualmente de planta en planta. Saben con exactitud cuánto bebe cada planta; está todo calculado. Así crean un campo de humedad tal que sus melocotones son reconocidos en el mercado por el color, el sabor y la durabilidad.

Lorenzo es un anciano de 71 años, ciego, que vive solo en una casa a tres metros de un abismo. Como el resto, se mueve por los cerros de memoria:

-Si se riega demasiado, la fruta crece grande, bien simpática, pero no tiene sabor. Es agua nomás -dice-. Aquí por horitas se riega, y a la voladita nomás. El agua nos da justo para el melocotón. Menudones, no tan grandes, pero bien sabrosos. Y duran bien. Nos prestamos el agua unos a otros. No nos lavamos, dejamos de tomar para el melocotón. El agua es oro acá.

Parán ha sabido hacer uso del agua de la manera más organizada. Y ha conseguido, pese a su dramática escasez, convertir sus melocotones en los más codiciados del país. Porque, como bien dice el parano Lorenzo, «El agua es oro acá».