La disponibilidad de agua, en cantidad y calidad adecuadas, ha despertado siempre en las sociedades humanas un gran interés y las más diversas iniciativas para asegurar el mayor equilibrio posible entre las necesidades y las disponibilidades de este recurso esencial para la vida, en las más diferentes condiciones geográficas. Desde siempre, aunque sin la percepción suficiente por parte de los beneficiarios, el agua del planeta Tierra ha ofrecido un ejemplo emblemático de la naturaleza cíclica del uso sostenible de los recursos naturales, manifestado en esa imagen popular del Ciclo Hidrológico, que durante tantos años hemos conocido, enseñado y estudiado en nuestras escuelas y universidades.
La creciente sensibilidad ambiental y las normativas aprobadas para promover la calidad de los ecosistemas acuáticos han obligado durante las últimas décadas a asignar unos ciertos caudales para el beneficio propio y exclusivo de esos medios. El intenso crecimiento demográfico registrado durante las últimas décadas, junto con la agrupación de muchas de esas poblaciones en núcleos urbanos cada vez más grandes, han acrecentado el reto sin precedentes de tener que aportar grandes caudales de agua a zonas geográficas muy localizadas y generalmente alejadas de fuentes suficientes de recursos hídricos.
El aumento proporcional de las actividades urbanas, agrícolas, industriales y de otros tipos han contribuido a su vez a que sea cada vez más problemático asegurar unos abastecimientos suficientes y sobre todo fiables (con garantía de suministro) en el tiempo para todos los usos que las sociedades actuales contemplan.
Las alteraciones climáticas inducidas por las actividades humanas (cambio climático, emergencia climática) han añadido nuevas dimensiones a la variabilidad natural de los recursos hídricos, tanto en el espacio como en el tiempo. La incertidumbre en las precipitaciones es sin duda la característica más destacable de las predicciones climáticas que se han elaborado durante los últimos años, con una incidencia más marcada en zonas meridionales como la que incluye la región mediterránea. Esta región se caracteriza por episodios de lluvia intensa y breves durante unas pocas semanas del año, en contraste con el régimen pluviométrico que se registra en áreas más septentrionales, con unas precipitaciones similares, pero uniformemente distribuidas a lo largo del año.
En definitiva, uno de los grandes retos que las sociedades actuales han de afrontar es mitigar el desequilibrio que plantea el intenso crecimiento demográfico y de actividades, con su concentración en áreas reducidas, dentro de un contexto de relativa constancia de volúmenes y de localización de los recursos hídricos disponibles.
Los notables avances realizados en la protección de las fuentes naturales, mediante el saneamiento y el control de los vertidos de aguas usadas, junto con las numerosas iniciativas de ahorro y uso eficiente del agua, además de las diversas formas de regulación hidrológica (embalses y acuíferos) y los intercambios de recursos entre usuarios (Consorcios, Mancomunidades) están permitiendo una mejor gestión de los recursos y en definitiva ayudando a alcanzar el necesario equilibrio entre las necesidades y las disponibilidades.
Aunque los recursos de agua dulce pueden sin duda aumentarse localmente mediante la reutilización de aguas usadas y la desalinización de aguas salobres y marinas, estas estrategias comportan un cierto consumo de energía que convendrá obtener de fuentes renovables.
Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) establecidos en 2015 por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) están considerados como la Agenda 2030 de trabajo para conseguir el equilibrio sostenible entre necesidades y disponibilidades de recursos naturales, y entre ellos de agua.
Una de las características más destacadas de la Agenda 2030 es el reconocimiento de las intensas y numerosas interrelaciones que gobiernan las acciones destinadas a la consecución de los diferentes ODS. El texto descriptivo de la Agenda 2030 utiliza la expresión de “un programa de trabajo integrado”, para resaltar la inevitable realidad de que cualquier actuación que se lleve a cabo para la consecución de uno de los 17 ODS tendrá necesariamente consecuencias, no siempre conocidas en su naturaleza e intensidad, en muchos otros ODS. Esa es sin duda una de las características esenciales de la Agenda 2030, cuando se compara con iniciativas similares impulsadas por las Naciones Unidas en décadas anteriores.
Desde la perspectiva actual de la Agenda 2030, las candidaturas al Premio del Agua de Estocolmo para Jóvenes (Stockholm Junior Water Prize) disponen de un inmenso campo de actuación en el que plantear sus estudios y trabajos relativos al agua. El ODS-6, dedicado al Agua Limpia y Saneamiento, persigue “Garantizar la disponibilidad de agua y su gestión sostenible y el saneamiento para todos”. La consecución de esa meta vendrá sin duda influida, en mayor o menor grado, por otras numerosas iniciativas que puedan adoptarse en la consecución de cualquiera de los otros 16 ODS.
Animamos a todos los alumnos a plantear y evaluar sus mejores iniciativas para avanzar en la consecución del ODS-6, de forma directa o bien indirecta a través de los restantes ODS. Aunque las candidaturas de años pasados dan muestra de la gran diversidad de temas seleccionados por los concursantes, la visión actual del Ciclo Hidrológico y de los factores que le afectan ofrecen un abanico de opciones mucho más amplio que el que hemos conocido hasta el momento.
Muchos ánimos para nuestros concursantes y bienvenidos al Premio del Agua de Estocolmo para Jóvenes de la edición 2020.