Los grandes hielos se derriten a gran velocidad

Es una evidencia que las consecuencias del cambio climático pueden ser tan importantes que afectarán a aspectos esenciales de nuestra sociedad. Desde hace años, informes científicos alertan de que los gases de efecto invernadero han alcanzado niveles no vistos en millones de años. Al tiempo se relacionan estos niveles con fenómenos meteorológicos extremos y la constatación de que las grandes zonas heladas del planeta -de Groenlandia a la Antártida, pasando por los Andes y el Himalaya- se están derritiendo más rápido de lo previsto.

Estas zonas heladas del planeta, que guardan las reservas de agua dulce más importantes de la Tierra, albergan un agua necesaria para más de 3.000 millones de personas. Pero, además, las zonas heladas del planeta son otra de las grandes obras de la Naturaleza que estamos perdiendo irremediablemente. Necesitamos esos últimos rincones donde se recluye la grandiosidad del planeta que habitamos.

A esos paisajes, que me he dedicado a recorrer desde que era un niño, les he entregado buena parte de mi vida. Son paisajes amados y venerados que, muchas veces, dieron sentido a mi vida. Y a la de todos quienes aman la Naturaleza, particularmente la de las altas montañas y la de los extremos de nuestro planeta. Amar la Naturaleza es admirar los paisajes mayores y sin profanar, sin domesticar, sin urbanizar. Conservarlos es un grado de civilización de nuestra sociedad; un avance nacido en Europa, producto de la Ilustración y el Romanticismo, de aquellos aventureros, científicos y exploradores que nos legaron el mundo tal y como hoy lo conocemos. Conservarlos es una exigencia moral y ética; una necesidad física y espiritual.

Preservar la vida en la Tierra

Luchar por preservar la vida en la Tierra y su biodiversidad no sólo supone una tarea necesaria, sino el aspecto más noble de la Humanidad. La Tierra no nos pertenece pues -en contra de una visión antropocéntrica alimentada desde la antigüedad- somos nosotros quienes le pertenecemos a ella.

Durante siglos vimos el planeta que nos acoge como un territorio en propiedad que debía ser explotado, no como un paisaje del que dependemos. Pero todavía somos demasiado codiciosos y torpes para tomar decisiones inteligentes; a pesar del avance que supone las figuras de protección de las Reservas y los Parques Nacionales, la Gran Naturaleza prácticamente ha sido domesticada o aniquilada.

Al tiempo estamos modificando el clima y la atmósfera de la cual dependemos, que cada vez son menos favorables para nosotros y para muchas de esas especies de las que depende también nuestra vida. Como seres vivos estamos sujetos a la interdependencia de las especies. Unas nos apoyamos en otras, nuestra vida depende de que todo este equilibrio biológico se mantenga.

Cada ecosistema es una red de organismos entrelazados en un delicado equilibrio, muchos de ellos siquiera conocemos y por tanto somos incapaces de predecir las consecuencias de su desaparición. La eliminación de la biodiversidad se ha producido progresivamente a la propagación de los seres humanos. Nos hemos convertido en la especie más destructiva de la historia.

La belleza de las grandes zonas heladas del planeta

No hay otros paisajes que simbolicen esta lucha por la conservación que los grandes Hielos de la Tierra. Las esencias de las zonas heladas del planeta son las de las regiones desoladas o perdidas, las de las altas montañas o las llanuras polares o los remotos y deshabitados domos helados de islas remotas y absolutamente solitarias. Sus rasgos son la belleza del mundo, el silencio del mundo, la soledad del mundo. Es difícil no sentirse conmovidos ante su presencia, no sentirse como en el interior de un delicado templo de cristal, que hay que admirar y dónde hay que entrar con respeto. Por ello admirar los glaciares es admirar la Tierra de antes y después del hombre. El mundo salvaje, bello y desolado. Que nos muestran nuestra verdadera estatura en la Tierra. Un planeta que ha tardado 4.600 millones de años en hacerse tal y como lo contemplamos ahora.

Estas palabras quieren ser una llamada para crear una hermandad de todos los soñadores de las montañas, los peregrinos de la Libertad que allí encontramos; a todos los que amamos la gran Naturaleza y la fascinación compartida por estos paisajes dónde reside la belleza del mundo. Los necesitamos tanto como el aire que respiramos.  A ellos he dedicado buena parte de mi vida y ahora forman de mi paisaje interior. Ahora, echando la vista atrás, me doy cuenta de que ellos han modelado, en buena medida, la esencia de lo que soy. Nunca quise conquistarlos; fueron ellos los que me han conquistado.