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La pena del agua es infinita (I)

17 de Julio de 2014
Beatriz Rodríguez Delgado nos propone una reflexión líquida sobre el hecho poético: tomando como punto de partida el célebre «todo fluye» heraclitiano, nos sumergimos en las aguas del género lírico para rescatar del naufragio de las palabras indistintas aspectos como el génesis y la naturaleza de la poesía, las múltiples formas que reproduce, las complejidades del sentido, la mirada atenta y curiosa del poeta o los falsos mitos que se ciernen en torno a la inspiración.

1. PANTA REI. El hecho poético.

Una teoría que define bien el hecho poético es el Panta rei de Heráclito, que no era más que un poeta disfrazado de filósofo, o al menos eso nos dicen sus ideas y la forma que eligió para expresarlas: aforismo y oxímoron.
El sentido del «todo fluye» de Heráclito y de su famosa metáfora: ningún hombre se baña dos veces en el mismo río, porque ni el hombre ni el río son el mismo, fue rechazada por los platónicos, pues, si nada es estable, se niega la posibilidad de un saber definitivo.
Pero poco tiene que ver la palabra «definitivo» con el efímero prisma que conforma la naturaleza humana, y por eso, afortunadamente, existe la poesía. Cuando Heráclito hablaba de ese devenir constante y se sustentaba en la lucha de los términos opuestos para definir el sentido (o sinsentido) de la existencia, estaba diciéndole a los poetas que ellos tenían la herramienta fundamental para expresar la vida. No estaban obligados a encontrarle sentido, solo tenían que convertir su mirada en realidad a través de la palabra. Pues lo inefable, a veces, usa un transporte absoluto.

2. GASTON BACHELARD. El sentido y la forma

El arroyo nos enseñará a hablar a pesar de todo, a pesar de las penas y de los recuerdos, nos transmitirá la euforia por el eufuismo, la energía por el poema.

Gaston Bachelard

Son innumerables los ejemplos de imágenes poéticas que recurren al agua, en cualquiera de sus formas, para expresar una serie de autenticidad inaprensible que turba, alimenta o conmueve.

El agua es un elemento recurrente en la poesía, porque, igual que la palabra, suele estar huérfana de sentido si no tiene una forma que la precise. Si decimos lluvia, mar, cascada, río, nieve, lago, fuente, le estamos dando sentido, a través de su forma, a la palabra agua.

No es casual que sea un lugar común en la poesía, pero no sólo porque sus múltiples formas sirvan de herramienta al sujeto lírico para expresar esa realidad que le toca y con la que quiere que el lector empatice, sino por la simbología que el agua ofrece a la estética poética.

Así lo vio Gaston Bachelard. Otro pensador con espíritu de poeta al que, no en balde, se ha relacionado con los presocráticos, por su rechazo de la existencia de una verdad absoluta. Aunque en El agua y los sueños (Fondo de Cultura Económica, 1978. Traducción de Ida Vitale), Bachelard fue más allá de las pruebas del conocimiento objetivo y se adentró en una idea que entronca con el psicoanálisis, para convertirlo en un tratado de estética literaria a través de la simbología del agua. Sólo viendo los temas que trata entendemos esta confluencia: «Las aguas compuestas»; «La supremacía del agua dulce»; «El agua violenta»; «La palabra del agua»… Y así lo explica en una ocasión:

El agua corre siempre, el agua cae siempre, siempre concluye en su muerte horizontal. A través de innumerables ejemplos veremos que para la imaginación materializante la muerte del agua es más soñadora que la muerte de la tierra: la pena del agua es infinita.

3. LA MUSA TRABAJADORA. El mito de la inspiración

Fue el mismo Bachelard el que afirmó: ««Existe un hecho que los mitólogos suelen olvidar, y es que el agua del mar es un agua inhumana, que falta al primer deber de todo elemento reverenciado, que es el servir directamente a los hombres». Tal vez por eso el mayor símbolo de la inspiración surge de algo aparentemente tan prosaico, pero de infinita utilidad, como es una fuente.

El término «fuente de inspiración» y el concepto de la «musa» (originariamente eran ninfas a las que se adoraba en las fuentes) conllevan también en su sentido una hermosa contradicción: las musas, seres inalcanzables que tanto atormentan a los malos poetas y tan bien recompensan a los buenos, surgen del esfuerzo y el trabajo humanos. Y no se me ocurre un texto mejor que la Égloga III, de Garcilaso de la Vega ―«Tanto artificio muestra en lo que pinta / y teje cada Ninfa en su labrado»―, para ejemplificar esta desmitificación de la musa, es decir, de la inspiración, afirmando que su esencia radica en el conocimiento y el trabajo.

La pena del agua es infinita (II) se publicará mañana.

ACERCA DEL AUTOR

Beatriz Rodríguez Delgado
Licenciada en Filología Hispánica. Ha trabajado como editora y colaborado en revistas y en guiones de documentales. Actualmente dirige la editorial Musa a las 9, el Festival de Poesía y la revista POEMAD.