Me estoy muriendo de sed
Y tú eres el agua clara
Que nunca podré beber
Francisco Díaz Velázquez
Unas niñas juegan en la calle, saltan al elástico (la goma) mientras cantan canciones dedicadas al agua: soy la reina de los mares y ustedes lo van a ver, tiro mi pañuelo al agua y lo vuelvo a recoger.
Detrás del grupo de niñas hay un enorme grafiti con una náyade sentada en un nenúfar, los colores que sobresalen son el morado y el verde. El dibujo ocupa el lateral de un edificio, por lo que debe medir al menos veinte metros.
Parece que la náyade mira a las niñas y sonríe, es una feliz coincidencia que una guardiana del agua estancada escuche los versos que la tradición popular inventa para que los niños crezcan aprendiendo el poder de los elementos terrenales frente a las peligrosas oquedades del consumismo.
De estos elementos, es el agua el catalizador de los estados de ánimo. En Poemad ya hablamos de algo parecido hace un tiempo para celebrar el día mundial de la poesía junto al día mundial del agua, pero en aquella ocasión nos centramos en la poesía culta y en la influencia de la mitología del agua sobre los poetas de todos los tiempos.
Aunque lo académico no suele prestigiar las raíces de la tradición popular, es probable que exista algo más elevado en los romanceros y cancioneros populares que en la épica y la lírica canónicas.
Lo relevante de esta poesía, que nada tiene que envidiar en fondo y forma a la poesía culta, es que tiene un cantor universal, son versos pronunciados por las clases populares en todas las lenguas del mundo, hablan de la vida, del crecimiento, de los deseos y de las frustraciones, y estructuran afectos y aprendizajes desde la infancia. Es en estos aprendizajes donde encontramos a una compañera habitual, el agua, que establece una analogía entre sus estados (fuente, arroyo, huerta, río, mar ) y los ciclos de la vida humana: infancia, juventud, amor, muerte.
Las canciones que mejor reconocemos, por estar alojadas en las fases de aprendizaje, son las infantiles, pero las dimensiones de estos ciclos van desde lo épico:
Riberas del Duero arriba
Cabalgan dos zamoranos,
Caballos rucios rodados
las armas llevan muy blancas
con sus espadas ceñidas
y sus puñales dorados (…)
(Romancero viejo)
Río verde, río verde
más negro vas que la tinta,
entre ti y sierra bermeja
murió gran caballería
(Romancero viejo)
A lo amoroso:
Por los caños de Carmona
por do va el agua a Sevilla
por ahí va Valdovinos
y con çe su linda amiga.
Los pies lleva por el agua
y la mano en la loriga” (…)
“Por tus amores, Valdovinos
cristiana me tornaría.
Yo, señora, por los vuestros,
moro de la morería”.
(Romancero viejo)
Pasando, como decíamos, por los estados de ánimo:
Fuentecilla del arroyo
no tienes, no tienes penas
fuentecilla del arroyo
siempre que paso a tu lado
por la mañana y la tarde
siempre te encuentro cantando.
(Cancionero popular)
Y otras simbologías que inciden en las relaciones sociales:
Allá arribita, arribita,
hay una fuente de oro,
donde lavan las mocitas
los pañuelos de los novios.
(Bulería)
Estos últimos versos, que cantaba la Niña de los Peines, abren la vía del flamenco como uno de los pilares de la poesía popular que además de rescatar la sabiduría colectiva, ha adaptado en muy acertadas ocasiones la poesía culta para difundirla en un formato más aprehensible que el de las aulas de universidad o los reducidos salones para poetas de nariz fina.
Una de las grandes influencias del poeta Antonio Machado fue, sin duda, la labor de integración de la cultura popular en el canon poético que su padre, Antonio Machado y Álvarez, Demófilo, hizo en la magna obra El folklore andaluz.
Demófilo no sólo defendió lo popular como raíz de lo culto, sino que fue un maestro de este pensamiento para muchos intelectuales de la época, y así lo confirmaba Luis Montoto:
Él me aficionó, aún más de lo que yo lo estaba, de las costumbres populares, descubriéndome los tesoros de una poesía con que se arrobaba mi alma. Estudia ―me decía―, estudia al pueblo, que, sin gramática y sin retórica, habla mejor que tú, porque expresa por entero su pensamiento, sin adulteraciones ni trampantojos; y canta mejor que tú, porque dice lo que siente. El pueblo, no las Academias, es el verdadero conservador del lenguaje y el verdadero poeta nacional.
En POEMAD hemos constatado este hermanamiento entre flamenco y poesía en numerosas ocasiones, aunque sin duda destacan las actuaciones de Pepe Habichuela y Carmen Linares.
La relación de levedad que existe entre la poesía popular y el agua: el verso ligero para el sentido cercano, las aguas estancadas y las aguas adaptadas por el hombre para la supervivencia, vecinas de las sensibilidades cotidianas, útiles y aparentemente intrascendentes, como todo lo imprescindible que hay en nuestras vidas, me hacen recordar un libro igual de imprescindible, Coplas de nadie, de Francisco Díaz Velázquez, un poeta casi desconocido que fue, entre otras muchas cosas, un gran letrista de flamenco y un defensor de la levedad como filosofía de vida:
Las coplas son como el aire.
Para poder ser de todos,
tienen que no ser de nadie
Las Coplas de nadie guardan desde el comienzo el sentido profundo de este elogio que Poemad quiere hacer al agua, pues la relación más importante que comparten está en su pertenencia: los cancioneros, los romanceros, las letrillas infantiles, las nanas, los villancicos y todas las formas populares de poesía que se nos ocurran no son de nadie, tal vez por eso el agua siempre las acompaña. Ella tampoco lo es.