Cincuenta años del Día Mundial del Medio Ambiente, el día del planeta

El Día Mundial del Medio Ambiente, que la ONU convoca anualmente el 5 de junio, celebra este 2023 un aniversario muy especial, pues se cumplen 50 años desde su primera edición, que tuvo lugar en 1973.

Mucho han cambiado las cosas desde entonces. Desde el punto de vista de la población, por ejemplo, hace cinco décadas ésta era de 3.900 millones de personas, según la ONU. Ahora, superamos los 8.000 millones. Hemos duplicado por tanto nuestro peso sobre la Tierra, lo que supone una mayor demanda de recursos naturales y un potencial más elevado de provocar residuos y contaminación, lo que necesariamente eleva la presión sobre los ecosistemas. 

Al mismo tiempo, han surgido nuevos desafíos. El cambio climático, que hace 50 años era un fenómeno del que hablaba apenas un puñado de científicos pioneros, se ha convertido en una realidad que ya está afectando al día a día de las temperaturas, las precipitaciones y el ciclo del agua en muchos territorios. 

Pero, a su vez, en estos 50 años se ha creado una conciencia mundial sobre los desafíos ambientales y la necesidad de salvaguardar el medio natural para sostener nuestro propio bienestar. Las administraciones públicas, las empresas y la sociedad en su conjunto han integrado el medio ambiente en el ámbito de sus preocupaciones y en sus planes de acción, y esto es algo que no ocurría en 1973.

Entre los muchos desafíos del momento actual, la ONU ha decidido consagrar la edición de 2023 del Día Mundial de la Tierra a la búsqueda de soluciones para la contaminación por plásticos, que se ha convertido en una de las grandes preocupaciones ambientales del momento. De hecho, entre los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU para 2030, se incluye el ODS12, Producción y consumo responsables, que aboga por “lograr la gestión ecológicamente racional de los productos químicos y de todos los desechos a lo largo de su ciclo de vida”, lo que sin duda incluye un problema emergente como el de los plásticos.

El plástico es un material omnipresente en nuestros días. Miles de objetos de nuestra vida cotidiana, en nuestros hogares, lugares de trabajo o en las calles están compuestos de una sustancia tan ubicua que resulta difícil creer que apenas llevemos produciéndola a escala industrial desde 1950.

Dada su ligereza, resistencia, bajo coste, capacidad de moldeado y diversidad de usos, el plástico, fabricado industrialmente a partir de combustibles fósiles, ha sustituido en las últimas décadas a otros materiales naturales. Tanto es así que, según la ONU, cada año se producen a nivel mundial más de 400 millones de toneladas de plástico, es decir 400.000 millones de kilos, que divididos entre los 8.000 millones de personas que habitan el mundo, ofrece la sorprendente cifra de 50 kilos de plástico fabricados por persona al año. 

Naciones Unidas recuerda también que la mitad de todo ese material se concibe para una vida útil de un solo uso, y que, a escala mundial, menos del 10% se recicla. Como consecuencia, buena parte termina arrojado al medio ambiente, lo que supone una pérdida de materiales valiosos y una causa de contaminación de los ecosistemas. En concreto, se estima que entre 19 y 23 millones de toneladas de desechos plásticos terminan cada año en lagos, ríos y mares. Eso equivale al peso de alrededor de 2.200 Torre Eiffeles juntas.

 

Plásticos difíciles de detectar 

Uno de los graves problemas de la contaminación por plástico es su larga duración. La gran mayoría de los compuestos usados para fabricarlo no son biodegradables, de modo que permanecen en el medio ambiente durante largo tiempo. Realmente, el plástico no desaparece, sino que se fragmenta en partículas pequeñas que escapan a la vista, pero siguen presentes en nuestro entorno. 

El plástico se desintegra en fragmentos de menos de cinco milímetros, conocidos como microplásticos. Y éstos se descomponen todavía más hasta llegar a ser nanopartículas de 0,1 micras, es decir, 10.000 veces más pequeñas que un milímetro, que contaminan el suelo y el agua. Para hacerse una idea, el tamaño medio de un cabello humano es de entre 60 a 110 micras, lo que quiere decir que los microplásticos son hasta 100 veces más finos que nuestro pelo.

Diversos estudios señalan que estas finas porciones de plástico están presentes por todo el mundo, desde el Ártico a las cimas de las montañas, en los suelos o disueltas en el agua de los océanos. Los seres vivos, empezando por el plancton o la fauna marina más pequeña, lo absorben e incorporan a sus tejidos, y la contaminación va pasando a niveles superiores de la cadena alimenticia hasta llegar a los peces. Faltan estudios concluyentes sobre cómo afectan los microplásticos a los seres vivos, las consecuencias de ingerir microplásticos y el efecto que pueden tener en la salud de los ecosistemas a escala global.

02/06/2023