Todo apunta a que este año se va a alcanzar un triste récord: unos 20.000 agricultores se habrán quitado la vida en India cuando termine 2015. Y la razón de que esta epidemia de suicidios se acentúe está clara: el cambio climático exacerba la climatología más extrema, provocando sequías más prolongadas e inundaciones devastadoras. “Ya no es posible predecir el tiempo según los patrones tradicionales, porque los monzones se adelantan o llegan tarde, y llegan siempre con mayor virulencia”, me comentó en mayo el responsable de una ONG que trabaja con agricultores. Así, las cosechas son cada vez peores, y las deudas de los campesinos se acumulan hasta tal punto que muchos no encuentran una salida mejor para ellos y para sus familias que colgarse de un árbol o beber pesticida.
No muy lejos de allí, en Bangladesh, la situación puede llegar a ser incluso peor. En este país, uno de los que cuentan con una de las mayores densidades de población, la orografía hará que una quinta parte de su territorio quede sumergida con el aumento de sólo un metro en el nivel del mar.
Las islas Maldivas podrían desaparecer por completo en esa situación, razón por la que han llegado a plantearse incluso comprar territorio en otros países para reubicar a su población llegado ese momento. Y lo mismo que sucede en otras pequeñas naciones insulares del Pacífico, como Tuvalu, donde hay quien incluso ha tratado de ser reconocido como el primer refugiado climático (aunque no lo ha conseguido).
Mientras tanto, en partes del continente que nunca han tenido grandes problemas, también comienzan a preocuparse. Los glaciares del Tíbet han comenzado a menguar, poniendo en peligro el suministro de agua a cientos de millones de personas, y en Mongolia los inviernos de los últimos años han sido mucho más cálidos de lo habitual, un hecho que ha reducido la precipitación. “La vida se hace más llevadera, pero tenemos menos agua y eso afectará al ganado en primavera”, me comentó a 25 grados bajo cero un nómada el invierno pasado. Parece mentira que pueda quejarse de calor con esa temperatura, pero es que antes alcanzar los 40 bajo cero era habitual.
En definitiva, como han certificado diferentes estudios, Asia será el continente más castigado por el cambio climático. Y no sólo en zonas rurales. Megaciudades como Shanghái o Tokio podrían sufrir graves consecuencias con el aumento del nivel del mar, que algunos estiman hasta en dos metros para el año 2100. No obstante, ¿se ha incrementado la concienciación medioambiental entre la población y los gobiernos? La respuesta es bastante descorazonadora: salvo por aquellos a quienes les afecta directamente el problema, que son habitualmente los que menos capacidad tienen para cambiar las políticas oficiales, poco. En aquellos países donde se hacen encuestas, en ningún caso es una de las principales preocupaciones.
Así, con las excepciones de Japón, Corea del Sur, Singapur, Hong Kong, y Taiwán -que no suman ni el 10% de la población del continente-, en la mayoría de los estados asiáticos todavía ni siquiera se hace una recogida selectiva de la basura, que, en demasiadas ocasiones, se vierte sin control y se incinera de la misma forma. Es sólo uno de muchos ejemplos. No obstante, hay esperanza: la contaminación atmosférica en China, y la publicación de las catastróficas consecuencias que tiene tanto en la salud de la población como en el Medio Ambiente, ha hecho que el país más poblado del mundo comience a debatir en torno a un poderoso lema: ‘crecer menos, pero crecer mejor’.
Lo acuñó el exprimer ministro Wen Jiabao poco antes de dejar su puesto, y resume el ambicioso objetivo que se ha marcado el Partido Comunista: alcanzar un punto de equilibrio sostenible, un sistema que combine las necesidades económicas del gigante asiático con la realidad sobre los recursos disponibles y el efecto que su consumo provoca en nuestro planeta. Que los diferentes planes diseñados para alcanzar esa meta funcionen no es algo que atañe únicamente a China, sino a todo el mundo.