Agua que no es de beber…

Cuando llegamos nueve de cada diez niños morían antes de los cinco años de vida. Entre los adultos mayores la tasa de decesos también era alta. Le entregamos bidones de agua para que se hidrataran. Decían que sabía rara, no la querían tomar. Llevó tiempo convencerlos; mientras tanto, el líquido dejó de salir oscuro de las canillas. Y aquel pueblo, en donde la infancia había sido hipotecada, ahora se llenaba de ruidos a toda hora y de sonrisas de dientes blancos diminutos que a su manera decían gracias por haberles regalado lo más preciado: vida.