Fiordos: los guardianes de las tierras de hielo

En aquellos lugares donde los glaciares han creado valles cerca del mar, las aguas han penetrado tierra adentro formando paisajes indómitos y espectaculares.

Para los vikingos, pueblo de navegantes y guerreros que habitó Noruega y otras regiones del norte de Europa durante la Edad Media, viajar era sinónimo de surcar los mares hasta encontrar nuevas tierras que saquear o con las que comerciar. Por eso bautizaron las entradas de mar que conectaban el océano con sus aldeas como fjords, en noruego antiguo «el lugar que cruzas para ir más lejos». Los fiordos, que geológicamente son valles en forma de U creados por la acción erosionadora de un glaciar e inundados por las aguas del mar, definen las costas de muchas regiones situadas en latitudes altas de ambos hemisferios, como Alaska, la Columbia Británica, la península del Labrador, Terranova, Groenlandia, Islandia, Escocia o Noruega –en el Norte– y Chile, Nueva Zelanda o las islas Kerguelen –en el Sur–.

Debido a este origen glacial, la mayor parte de fiordos, además de tener paredes escarpadas, son más profundos que los mares adyacentes, especialmente en las zonas más alejadas de la línea costera. Como durante el proceso de erosión, la masa de hielo que forma el glaciar tritura y arrastra las rocas que va arrancando, en la punta de los fiordos hay acumuladas gruesas capas de sedimento que encubren la profundidad real de muchos de ellos. Así, por ejemplo, la mayor parte de fiordos noruegos –hay 1.001 catalogados– tienen entre 700 y 1300 m de profundidad, mientras que en su boca apenas llegan a los 200 m. El récord mundial lo ostenta el fiordo Scoresby Sund, en Groenlandia, que supera los 1500 m de profundidad. Las rocas acumuladas en la entrada de los fiordos genera en ocasiones fuertes corrientes y zonas de rápidos.

Durante el verano, las aguas provenientes del deshielo se vierten en los fiordos, creando una capa de aguas salobres –es decir, con más sales disueltas que el agua dulce, pero no tantas como en el agua de mar–. Esto hace que en fiordos donde desembocan ríos caudalosos lleguen a coexistir dos ecosistemas: uno en la superficie donde no existen animales marinos y otro inferior, con mayor salinidad, donde viven incluso peces pelágicos. En invierno, salvo en los fiordos más profundos, la capa salobre desaparece al mezclarse de nuevo con las aguas inferiores debido a la acción del viento gélido y de las bajas temperaturas. También existen algunos fiordos de agua dulce. Son aquellos donde la acumulación de sedimentos a la entrada de la morena ha cerrado el paso a las aguas del mar.

Navegar entre escollos e islotes rocosos

Islotes con vegetación en el Parque Nacional de los Fiordos de Kenai, en Alaska. Steven Schremp © Shutterstock.

Islotes con vegetación en el Parque Nacional de los Fiordos de Kenai, en Alaska. Steven Schremp © Shutterstock.

En algunas regiones de fiordos, en zonas donde convergen valles glaciares sumergidos provenientes del interior con otros cuyo trazado corre en paralelo al litoral, el océano se llena de escollos e islotes con tamaños muy dispares. Estas formaciones rocosas, que se extienden en ocasiones a lo largo de muchos kilómetros de costa, suelen comportar un gran riesgo para la navegación. En noruego las llaman skjærgår, o «jardín de escollos».

Más allá de las costas noruegas

Los fiordos no son exclusivos del país de los vikingos. Se encuentran en otros lugares más allá de los 50 grados de latitud en el hemisferio norte y de los 40 grados de latitud en el sur.

Algunos de los fiordos más espectaculares de Alaska pueden encontrarse en el Parque Nacional de los Fiordos de Kenai, al sudeste de este Estado americano. Éste, por ejemplo, hace de entrada al glaciar Aialik. Elliot Hurwitt © Shutterstock.

Algunos de los fiordos más espectaculares de Alaska pueden encontrarse en el Parque Nacional de los Fiordos de Kenai, al sudeste de este Estado americano. Éste, por ejemplo, hace de entrada al glaciar Aialik. Elliot Hurwitt © Shutterstock.

Las rías, un accidente similar pero no idéntico

La ría de Tina Menor, en Val de San Vicente (Cantabria) es la desembocadura del río Nansa. LFRabanedo © Shutterstock.

La ría de Tina Menor, en Val de San Vicente (Cantabria) es la desembocadura del río Nansa. LFRabanedo © Shutterstock.

Las rías, aunque también son valles que han quedado sumergidos bajo el mar, no son de origen glaciar sino fluvial. Esto hace que no sean tan profundas ni discurran en un paisaje tan abrupto como los fiordos. En España, muchos ríos, especialmente en la cornisa cantábrica, tienen una ría por desembocadura. Este es el caso de la mayor parte de ríos gallegos, asturianos, cántabros y del País Vasco. También existen rías en Huelva.

Actualizado: 21/09/2022