Amor hacia la naturaleza

Otro de los objetivos que persigue el Día Mundial de la Naturaleza es poner en valor ante la sociedad “la belleza de la biodiversidad de la flora y la fauna que puebla el planeta”. Me alegra enormemente que Naciones Unidas apele a un valor tan puro y tan hermoso como la belleza para reclamar una mayor y mejor defensa de nuestro patrimonio natural. Sin embargo yo iría un poco más allá y acudiría a otro motivo aún más significativo, acaso el más poderoso de todos ellos: el amor.

Cuidemos de la naturaleza por amor a la naturaleza

Amor. Hay palabras que la mayoría de la gente teme pronunciar por un exceso de rubor. Tal vez se deba a la extraordinaria carga emocional que encierra su significado. O a la desnudez inmediata que provocan en quien se atreve a pronunciarlas. Incluso puede que se sientan intimidados por su sonora belleza. Palabras como la palabra amor. Pero, cómo expresar la pasión por algo a lo que te sientes tan permanentemente unido. Cómo verbalizar el afecto profundo, el fervor y la devoción absoluta hacia la naturaleza si no es con la palabra amor.

Yo me considero, como el resto de seres humanos que vivimos rabiosamente ligados a este maravilloso planeta, un amante de la naturaleza y no sé expresar con ninguna otra palabra mi vinculación hacia ella. Después del amor viene el resto: la vocación de observarla, el compromiso de defenderla o la necesidad de estar en ella. Pero todo eso surge por amor a la naturaleza. Incluso la primera de las condiciones de mi propio ser, la de estar vivo, viene precedida de mi condición de amante de la naturaleza. 

No me cabe ninguna duda de que al dejar de existir, en el preciso instante en el que exhale mi último aliento, cada una de las moléculas que resten de lo que fui seguirán velando por ella ya que, como escribió Quevedo: “su cuerpo dejarán, mas no su cuidado;/Serán ceniza, mas tendrán sentido./Polvo serán, mas polvo enamorado”. Cuidemos de la naturaleza por amor a la naturaleza