Los lagos en la literatura universal

Son muchas, las obras literarias que han aprovechado toda o parte de la carga metafórica de los lagos en su beneficio. Recordemos algunos de los lagos más épicos de la literatura universal en un viaje corto pero inolvidable.

Breve recorrido por los lagos más literarios

En Lolita, Nabokov escoge un lago para ambientar la escena en que Humbert Humbert fantasea con ahogar a la madre de su adorada nínfula. Con los beneficios obtenidos por la controvertida novela, por cierto, la familia Nabokov se costeó buena parte de su estancia en el Hotel Montreaux durante las siguientes dos décadas, veinte años de exilio campestre al pie, como no, de un lago: el Leman.

Un crimen literario llevado hasta el final es el que se produce en otro lago mítico de la literatura: el de La dama del lago. Se treata de una de las más famosas novelas de Raymond Chandler, en la que Marlowe, tratando de averiguar el paradero de la esposa de un rico hombre de negocios, acude al paraje mencionado en el título para toparse con el cadáver de una mujer distinta.

El filósofo Henry David Thoreau encontró en cambio a orillas del lago Walden (una laguna, para ser exactos) el rincón desde donde imaginar su utopía rural. «Un lago», escribió en la pequeña cabaña que él mismo había construido, «es el rasgo más bello y más expresivo del paisaje. Es el ojo de la tierra, donde el espectador, sumergiendo el suyo, sondea la profundidad de su propia naturaleza». Una cabaña que, pese a su humildad, no debía ser tan precaria como la descrita por W. B. Yeats en su célebre poema La isla del lago Innisfree, hecha tan solo «de arcilla y zarzas».

Otro lago clásico de la literatura universal

Más o menos contemporáneos de Thoreau, los poetas románticos y postrománticos convirtieron también el paisaje lacustre en motivo de inspiración favorito. Recordemos, por ejemplo, a otra Dama del Lago muy alejada a la antes referida, la figura artúrica cantada entre otros por Tennyson y Sir Walter Scott, quien resituó su historia en un lago escocés, el Katrine.

En Francia, mientras tanto, el doliente Alphonse de Lamartine colocaba el escueto epígrafe El lago sobre uno de sus más famosas piezas, de marcado carácter autobiográfico, cuyas dos primeras estrofas traducimos como sigue:

Así, empujados siempre hacia nuevas riberas,
llevados sin retorno en la interminable noche,
¿no podremos nunca en el mar de los tiempos
echar el ancla algún día?

Lago, el año apenas concluye ya su curso
y junto a estas aguas a las que ella debía volver,
vengo, mírame, a sentarme a solas sobre la piedra
donde la viste sentarse.

Simplicius Simplicissimus, y colofón final

No podemos dejar de citar en este breve, brevísimo repaso sobre los lagos más épicos de la literatura una peculiar obra literaria alemana del siglo XVII: Simplicius Simplicissimus, de Hans Jakob Christoffel von Grimmelshausen.

Se trata de una novela de aventuras claramente influenciada por la picaresca española, cuyo protagonista recorre Europa central durante la Guerra de los Treinta Años. Una de sus peripecias le conduce hasta el lago Mummel, un enclave real de la Selva Negra transmutado por obra y gracia de la ficción en una sima sin fondo que le permite alcanzar el centro de la Tierra.

Preferimos acabar, sin embargo, con estas palabras del siempre mordaz Julio Camba, que contradicen en buena medida lo hasta ahora dicho:

Están bien los lagos, pero hay que guardarse de describirlos.
En literatura producen un resultado funesto.
¡Cuidado que es difícil admirar a la Naturaleza sin decir tonterías,
sobre todo cuando se trata de una naturaleza poética!

Pues eso.