El tapiz y los árboles

¿Qué es la barocoria? ¿Cómo se entiende la sociobiología de un bosque? Acompáñanos en este texto en que Mónica Aceytuno da respuesta a estas preguntas, ahondando en el concepto de sociobiología.

La vida empezó por barocoria

No me refiero a la manera en la que se dispersan sus semillas con el agua o con el viento, incluso transportadas por los animales, que esto ya tiene nombres científicos como la hidrocoria, anemocoria y zoocoria; que hasta para cuando la fuerza de la gravedad es mayor que la de la rama, hay un nombre que nos tendría que estar sonando y resonando como un eco ahora mismo en los oídos, porque todo es hoy un caer de frutos en sazón al suelo: barocoria, que es el caer por gravedad de las semillas a la tierra.

Esto que parece algo de lo más simple, encierra quizás más misterio del que creemos, porque yo me inclino a pensar que la vida empezó cayendo, por barocoria.

Pero no cayó de cualquier forma, como nos demuestran los bosques primarios, esos que no fueron plantados por nuestra mano, sino que cayeron sus semillas de tal manera que no trazaron cuadrículas, ni las espirales de un caracol o de las torres de Gaudí en torsión, ni siquiera las de la doble hélice del ADN, aunque luego se llenara el bosque de hiedras y de plantas trepadoras con zarcillos que giran de la misma manera. 

El concepto de sociobiología

Hablando de barocoria, hay que recordar que hay una sociobiología que aún está por desentrañar, un tapiz que empieza por una trama en la que no se ve nada y luego se va llenando de colores que son las especies tejiéndose unas a otras hasta crear el sustrato para el árbol que se eleva como un tapiz en varias dimensiones, incluida la del tiempo, con insectos, aves, mamíferos, bacterias, musgos, líquenes, helechos….una variedad que se teje con absoluta lentitud pero con total determinación y del que no hemos acertado más que a trazar unas líneas en blanco y negro sobre el papel de la tierra como las que hace un niño con un lápiz y una regla.

Casi todo, además, se fía a la productividad que al final es una ruina. Como vienen demostrando los incendios que se propagan a la velocidad del rayo por la uniformidad de los árboles inflamables plantados; algo que sucede también con las plagas que campan a sus anchas de un árbol idéntico a otro si logran saltar, con alguna partida de madera, las barreras biogeográficas. 

Incluso el viento, como ya hiciera en las landas francesas, se ríe de nuestros bosques, juega con ellos como si fueran la fichas de un dominó al tirar un árbol  tras otro con total facilidad porque esos árboles no tienen raíces, entramado vital que los sostenga, al ser puestos como el poste de teléfono que estaba ya muerto desde el principio en el “Bosque animado” de Wenceslao Fernández Flórez. 

Barocoria o ¿cómo planta la naturaleza?

Hay que fijarse más en cómo planta los árboles en ese mismo lugar la Naturaleza. 

Mientras no desarrollemos una ciencia que estudie este asunto hasta sus últimas consecuencias, todo árbol plantado por nosotros jamás podrá aspirar a ser un verdadero bosque sino un parque, una plantación, una industria, que está quitando espacio en los montes a esos bosques primarios que no es ya que tengan un gran valor ecológico, incluso artístico, cultural, sino científico porque hablan de una sociabilidad entre especies que nosotros, hoy por hoy, somos incapaces de reproducir, como esas personas que con toda una floristería a su disposición, no consiguen hacer un ramo que tenga la belleza de una sola flor.

No sabemos.

Desconocemos la ciencia y el arte de mezclar los árboles en un bosque para hacer que parezca de cuento.

EL caso de Léila Wanick y Sebastião Salgado

Afortunadamente, hay personas que lo han intentado con éxito, como Léila Wanick Salgado, y su marido el fotógrafo Sebastião Salgado en la finca que heredó de sus padres en Minas Gerais, en Brasil. Ellos han demostrado que se puede intentar recuperar la selva tropical que había en sus tierras, o al menos poner la trama para que la Naturaleza sea la que termine de tejer el tapiz tal y como estaba.

Son un ejemplo a seguir y a estudiar para crear una rama a medio camino entre el arte y la ciencia que transmita como un eco el cuento de los bosques de una infancia a otra, del infinito al infinito.