Sin embargo, a medida que la civilización humana ha ido avanzando, nuestro entorno, aquel en el que nacemos, crecemos y vivimos, ha ido incorporando múltiples y diversos elementos que recogen la herencia cultural de cientos de años de historia a sus espaldas.
A su vez, los núcleos urbanos han ido ganando en complejidad, haciéndose más difícil definir los parámetros bajo los que una ciudad podría considerarse inteligente, hasta tal punto que la ciudad inteligente, la ideal, debería ser aquella capaz de adaptarse a las necesidades concretas de cada ser individual, en un momento de tiempo determinado.
Si lo estudiásemos desde un punto de vista kantiano, en función del tiempo o en este caso la edad, para los niños, sería estupenda una ciudad pequeña, con muchas zonas verdes en las que jugar, hacer deporte, etc. Para los jóvenes, aquella que permitiese acceso a la mejor educación posible y a múltiples opciones de ocio, para la gente de mediana edad, la que les proveyese de oportunidades laborales atractivas que les den la oportunidad de desarrollarse profesionalmente, y para los más mayores ciudades tranquilas y con acceso a servicios avanzados de salud.
Y es que una misma ciudad, es interpretada y vivida de diferente forma, dependiendo de las características, circunstancias y necesidades personales de cada habitante. Por eso mismo, en las ciudades de hoy en día, espacios de convivencia globales, multirraciales, multiculturales, etc. es necesario pasar de un modelo en el que el diseño y la construcción urbana se ideaba y ejecutaba a su imagen y semejanza, por expertos urbanistas, que a modo de sabios alquimistas inaccesibles en su torre de marfil dibujaban sobre un mapa, a un modelo participativo en el que el conjunto de la sociedad, reflexiona, propone y toma decisiones.
Porque como dice el investigador francés Yves Raibauld: «El siglo XX, ha sido un urbanismo de hombres. Es decir, que la civilización del automóvil, la arquitectura del asfalto y las grandes avenidas, han sido construidas por los hombres. Se trata de una arquitectura de hombres blancos de clases altas que consideraban como muestra de poder, tener su vivienda próxima a la oficina, poder aparcar su coche lo más cerca posible, y disfrutar de todo el confort de las ciudades. Y aquí podemos ver cómo esta arquitectura está envejeciendo mal».
Ciudades como Paris, donde la función urbana de la identidad y el arraigo con el territorio es uno de los principales retos, han comprendido la gravedad de esta situación a la perfección y han puesto en marcha un ambicioso proyecto “Smart Planning for Sustainable Cities”, con el objetivo de promover el diálogo y el intercambio de ideas entre el conjunto de la sociedad, hombres sí, pero también mujeres, jóvenes, ancianos e incluso niños, para la co-creación de un ambiente urbano mejorado y que pueda sentirse como propio por todos los colectivos.
Por eso mismo, en una semana en la que se conmemora el día internacional de la mujer, es necesario reivindicar la importancia de su participación en las dinámicas de creación de la ciudad y poner en valor el papel que han jugado, y siguen jugando, en el urbanismo y la construcción urbana, mujeres como la activista Jane Jacobs, la arquitecta Renée Gailhoustet, o las sociólogas Saskia Sassen y Edith Maruéjouls, etc.
Es indispensable que más mujeres participen y lideren los nuevos procesos de articulación y definición de las ciudades del futuro. Porque construir espacios urbanos paritarios no consiste en medidas superficiales, estéticas y que se quedan en la anécdota, como por ejemplo, que los semáforos reproduzcan estereotipos con siluetas de hombre (con pantalones) y siluetas de mujeres (con falda), sino que requiere de una reflexión mucho más global.
Las ciudades, son estructuras vivas y compartidas, compartamos los derechos y deberes relativos a la creación de la ciudad.