La emergencia climática que muchos no quieren ver

La emergencia climática está ahí, presente, delante de nosotros. Y no podemos ignorarla. Supone un gran problema para el ser humano.

Somos capaces de imaginar a largo plazo

Pero desconfiamos de nosotros mismos. Somos capaces de prever el futuro con bastante precisión, pero no nos lo creemos. Hacemos cálculos para enviar una sonda más allá de Plutón, y somos tan listos que sabemos construir máquinas mucho más listas que los más listos de nosotros. Somos capaces del Quijote y del Guggenheim, de la mineralogía y de las matemáticas. Sabemos perfectamente que una olla puesta al fuego con agua estará en ebullición en unos minutos y, si sabemos el volumen del agua y la potencia del fuego, podemos calcularlo al segundo. Es muy sencillo predecir con precisión ese futuro.

Tenemos, pues, un cerebro potente, capaz de grandes maravillas, de ingentes cálculos y de hercúleas precisiones. Pero ese mismo cerebro no hace que tomemos las decisiones adecuadas, las que los análisis recomiendan. Sabemos desde hace ya algunos años que las emisiones de gases de efecto invernadero tienen consecuencias sobre el clima a largo plazo; directamente sobre el tiempo de mañana y, sobre todo, sobre las temperaturas medias y otros parámetros —lluvias, sequías, sucesos extremos…— a largo plazo. Pero no hacemos mucho caso.

Un problema para el ser humano

Pasó con los clorofluorocarbonos propelentes en los aerosoles, usados en las neveras y otros aparatos. Los cálculos decían que esa ingente cantidad de CFC reaccionarían con el ozono estratosférico —el que está entre los 10 y 45 kilómetros de altura—, provocando un agujero en esa capa que nos protege de la radiación ultravioleta, pero Rowland y Molina, los químicos que en los años 70 desarrollaron esta teoría, fueron acusados de trabajar contra la industria de Estados Unidos; luego, les dieron el Nobel en 1995, pero mientras el agujero se hizo cada vez mayor. Y el clima cambió.

La excusa propia de ignorantes —si no somos capaces de saber el tiempo de dentro de quince días, ¿cómo estar seguros del que hará dentro de 15 años? — actúa como parapeto para evitar la toma de las decisiones radicales que necesitamos cada vez con más urgencia. Sabemos bien que el agua de la olla romperá a hervir si no la sacamos del fuego, aunque no sepamos dónde aparecerá la siguiente burbuja. Es decir, sabemos bien cómo será el clima de dentro de 15 años, aunque no sepamos qué tiempo hará dentro de dos semanas.

Emergencia climática más que cambio climático

Quizá por eso el periódico británico The Guardian ha decidido que no hablará más de cambio climático sino de crisis o emergencia climática; y pasará de referirse al global warming, lo que hasta ahora llamábamos calentamiento global, como global heating, que quizá podría traducirse como recalentamiento global. Y añade que sigue recomendaciones de diversos expertos, entre ellos Antonio Guterres, secretario general de Naciones Unidas, que hace ya algún tiempo que habla de la crisis en el clima.

Decimos que somos capaces de predecir bien cómo evolucionará el PIB mundial, aunque los errores en esas predicciones suelen ser notables, y tomamos las decisiones sobre esas dudosas previsiones económicas. En cambio, pese a la certera previsión científica sobre emergencia climática, dejamos las decisiones para mañana. A ver si llamando a las cosas por su nombre —emergencia climática— somos capaces de entender de verdad la importancia del problema para nosotros, el ser humano, y la necesidad de adoptar estrategias firmes para mitigarlo con rapidez.