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Agua, valor y precio

22 de Marzo de 2021
contaminación y aguas residuales
Las sociedades humanas se han establecido siempre en torno a las fuentes de agua potable. Este hecho, tan simple, da el valor exacto del agua: no tiene precio. La necesitamos para sobrevivir, sí, pero gastamos cantidades ingentes para producir alimentos y bebidas, para cocinar, para limpiar, para casi todo.

Sin embargo, no somos conscientes de nuestra propia «huella de agua», es decir, la cantidad de agua que empleamos para producir lo que consumimos. Por ejemplo, para conseguir un kilo de chocolate se necesitan un total de 17.196 litros de agua, para conseguir un kilo de arroz son necesario 3.000 litros y para la carne de vacuno, más de 15.000. Esto son solo algunos ejemplos, aquí pueden hacerse una idea más precisa.

Huella hídrica y calidad del agua 

La producción de los bienes consumidos anualmente por cada habitante del planeta requiere 1.240 m³ de agua dulce de media, lo que significa 3.400 litros por persona al día. Este dato varía entre países pero no está vinculado ni a su desarrollo ni con la cantidad de agua que disponen.

Por ejemplo, Estados Unidos tiene la huella de agua más elevada del planeta con 7800 litros de agua per cápita y día. Países de nuestro entorno como pueden ser Grecia, Italia y Túnez tienen una huella hídrica superior a otros que disponen de grandes cantidad de este recurso como Estonia, Alemania o Reino Unido. En este  mapa interactivo puedes acceder a estos datos sobre consumo de agua.

El uso del agua está estrechamente ligado a su calidad. Cuanta más agua se use en la producción de alimentos, en actividades industriales y de construcción, en agricultura, en la industria farmacéutica, en uso doméstico, etc., más contaminada se devuelve al medio.

A finales de los 90, coincidiendo con la instalación de depuradoras, en nuestro grupo de investigación analizamos las aguas residuales, comparando la calidad del agua a la entrada y salida de las depuradoras. A su llegada se detectaban elevadas concentraciones de detergentes, plastificantes, fenoles o hidrocarburos aromáticos policíclicos, entre otros. Y aunque las depuradoras tienen una elevada capacidad de eliminación, paradójicamente los contaminantes más polares escapaban del tratamiento.

Con el afán de estudiar el impacto de estos contaminantes en los ríos, realizamos varios estudios de monitorización en el Duero, Sil, Ebro, Miño, Nalón, Arga, Ter, Llobregat y Besos. Lamentablemente, los resultados mostraban que en un clima típicamente mediterráneo y con limitada capacidad de dilución, estos ríos se han convertido, en mayor o menor grado, en sumideros de contaminantes tales como fármacos, drogas, pesticidas, plastificantes, retardantes de llama, e incluso microplásticos, que reflejan las actividades antropogénicas de cada zona.

Silvia Lacorte, investigadora del CSIC, analiza la huella de agua por países y la importancia de detectar la contaminación en las aguas residuales

¿De dónde proviene tanto contaminante?

En los últimos años, y para identificar las fuentes de contaminación, llevamos a cabo un trabajo un tanto desagradable: se trata de analizar aguas residuales de las arquetas de polígonos industriales, de hospitales, de residencias de ancianos, de papeleras, de vertederos, etc. De esta forma hemos podido estimar la cantidad de contaminantes que se vierten al medio diariamente: una residencia de 100 ancianos vierte 5 gramos de fármacos de los 500 g consumidos cada día; un hospital más de 10 g de citostáticos para el tratamiento de cáncer; una depuradora sola vierte 570 g de alquilfenoles, 245 g de plastificantes, 5 g de PAHs, y entre 3 y 190 g de compuestos perfluorados. A través de emisarios submarinos, se vierten diariamente unos 25 kg de un coctel de contaminantes orgánicos hacia las zonas costeras.

La globalización, el aumento de población y el consumo generalizado de compuestos químicos han provocado que la contaminación ambiental afecte incluso a zonas prístinas, de difícil acceso o aquellas donde las personas teóricamente no han dejado huella.

Tristemente, hemos detectado contaminantes de forma ubicua en aguas relucientes de Parques Nacionales y Naturales de España hasta las aguas imponentes y cristalinas del Ártico. Hemos constatado que los contaminantes orgánicos están ampliamente distribuidos en el entorno acuático, y que la intrusión humana es la responsable de este desastre ecológico. El deterioro de los recursos naturales se agrava cuando los hábitats se convierten en hostiles, disminuye la biodiversidad, se extinguen las especies y aunque no queramos aceptarlo, afecta la salud de las personas.

¿Por qué no cantan los pájaros? ¿Por qué no vemos abejas ni mariposas? ¿Hemos aprendido de nuestro pasado? ¿Somos capaces de poner fin a la contaminación ambiental? ¿Tenemos remordimientos cuando tiramos residuos a la montaña? ¿La sociedad muestra un mínimo interés para mantener el medio libre de basura y contaminación? ¿Somos conscientes de las implicaciones que conlleva convivir con contaminantes? ¿Nos hemos preguntado si las aguas residuales contaminadas pueden afectar nuestra salud? ¿Pagaríamos para mejorar la calidad de los recursos hídricos y del agua que consumimos?

Quizás el problema es que el valor del agua es muy elevado y sin embargo el coste es muy bajo. Esta es la paradoja de nuestra sociedad, es necesario asignar un precio suficientemente elevado al agua para fomentar su uso responsable, pero no podemos ponerle un precio razonable si queremos mantener el consumo actual.

El uso sostenible del agua es crítico para una sociedad sostenible. A medida que nuestro consumo crece, la presión sobre los suministros de agua aumenta. Por lo tanto, hay que repensar y, en última instancia, transformar las formas en que utilizamos y gestionamos el agua.

No hay una única clave para resolver el problema de la escasez y la calidad del agua. Va a ser necesaria la implicación de toda la sociedad, invertir fondos y sobre todo cambiar los hábitos, un objetivo casi imposible si no hay una motivación muy importante.

ACERCA DEL AUTOR

Silvia Lacorte
Silvia Lacorte Bruguera pertenece al grupo de investigación de Quimiometría del Departamento de Química Ambiental del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Sus investigaciones se centran en el campo de la química analítica y ambiental. El principal objetivo de la investigación es estudiar las fuentes, distribución y destino de los contaminantes orgánicos en matrices ambientales así como determinar su impacto en los organismos vivos.