Microrrelatos

Nunca hay que perder la esperanza en la humanidad

Allí estaba yo, en clase, haciendo de todo menos atender,
como siempre, cuando de repente vi a ese muchacho solitario que cambiaría el
mundo.

Él solito acabaría  con
la sequía y la deshidratación, y lo mejor es que no cobraría un solo euro por
ello, la patente de este aparato, que obtenía agua a partir del aire, la puso
pública, con una condición, quién la usara, donaría un 5% de la producción a
países tercermundistas.

Así sí se puede tener esperanza en la humanidad.