Microrrelatos

El grado de la responsabilidad

Ahí estaba él, disfrutando de su
café matutino. Mientras  desayunaba, yo
estaba parada mirándolo, sin decir nada, sin mover un músculo. Pasaron diez
minutos y se levantó. En ese instante me vio: “¡Rebeca, buenos días!” Él no podía
saber que desencadenaría la mayor tragedia jamás vista, que por su culpa el
mundo acabaría en ruinas, y que por esa razón, me mandaron a mí para acabar con
la amenaza. Soy la indicada para hacerlo, ya me enamoré de él, y seguramente,
vuelva a enamorarme en esta época.