Microrrelatos

FRACTALIDAD

El habitáculo era minúsculo, pero pude abrir la ventanita que daba al abismo. Al fondo, se divisaba, claramente, el agujero negro. Me acerqué, y, curiosamente, el horizonte no me perturbó. Arranqué un trozo del agujero y lo sostuve sobre mi diestra. Dentro de aquel trocito había algo curioso: ¡otro agujero negro idéntico! De éste, cogí otro pedazo, y la operación se repitió hasta el infinito. 

Tras el último infinito hallé un extraño centro difusamente deslocalizado. Tenía forma humana. En su diestra, otro agujero negro; en su siniestra, Ate, la diosa triste de la fatalidad: ese centro era yo.