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El latido del océano

20 de Febrero de 2015
En esta ocasión nos trasladamos al SO de Tenerife, junto a los Acantilados de Los Gigantes, para intentar captar algunas secuencias de la primavera en el mar, en sus aguas abiertas, en el espacio pelágico.

A varias millas alejados de la tierra más próxima, el océano se nos descubre como una vasta extensión añil, por momentos sin vida visible. Recorremos lentamente su superficie con la emoción de algún encuentro inesperado; asumiendo también de buen grado que nunca llegue ese momento. Y así debe ser, solo el hecho de estar ahí es todo un privilegio que nosotros valoramos convenientemente. El océano nos enseña lo insignificantes que somos y lo grande que es la naturaleza.

No hemos venido esperando que el azar nos sea favorable. Tenemos constancia por nuestros compañeros de Gigante Azul que las Carabelas Portuguesas ya han alcanzado un tamaño considerable y que, muchas de ellas, son portadores de unos huéspedes muy especiales. Unos peces que también han ido creciendo casi a la misma velocidad que las Carabelas. Son alevines de Pámpanos, nacidos a más de 400 metros de profundidad, que han ascendido a la superficie huyendo de los depredadores. Si, pasan su etapa juvenil bajo la protección de las carabelas, de alguna tortuga boba que se haya acercado a alimentarse de la medusa o a la sombra de algún madero. Es más seguro.

Son estrategias de supervivencia. Se han hecho inmunes al mortal veneno de sus efímeros anfitriones. Pronto han de buscar la protección de objetos flotantes de mayor envergadura, pues hasta pasado un año, cuando ya hayan alcanzado un tamaño respetable, no volverán a migrar a las profundidades que le vieron nacer. Son ciclos de la vida que han sabido adaptarse entre sí para aumentar las probabilidades de supervivencia.

El océano late con la fuerza que da el aumento de las horas del sol, la energía que desencadena una explosión de vida. Pequeñas bolas de trompeteros nadan apresuradamente al unísono intentando escapar al embate de los delfines. Su fuerza está en el número y en la unión, pero llama la atención la facilidad con que los delfines comunes los cazan, con la misma facilidad que nosotros empleamos al comer pipas de girasol.

Grupos de machos de calderones tropicales patrullan el área. Son comportamientos que no están bien estudiados pero que parecen que tiene que ver con el apareamiento. Ya que dentro de sus unidades familiares -consanguíneas- no lo hacen. La naturaleza es así de sabia.

Nos despedimos de la Isla con buenas sensaciones. Parece que este va a ser un buen año en el mar, que la vida reclama vigorosa su espacio en este mundo primigenio que es el océano.

¡Y eso nos anima!

ACERCA DEL AUTOR

Rafa Herrero Massieu
Buceador profesional, realizador y cámara submarino. Director desde 1994 de Aquawork, empresa especializada en documentales submarinos.