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La pena del agua es infinita (II)

18 de Julio de 2014

Beatriz Rodríguez Delgado nos propone una reflexión líquida sobre el hecho poético: tomando como punto de partida el célebre «todo fluye» heraclitiano, nos sumergimos en las aguas del género lírico para rescatar del naufragio de las palabras indistintas aspectos como el génesis y la naturaleza de la poesía, las múltiples formas que reproduce, las complejidades del sentido, la mirada atenta y curiosa del poeta o los falsos mitos que se ciernen en torno a la inspiración.

4. EL ESPEJO DEL AGUA. La mirada

Antes de que el poeta exista debe crear su mirada, pues sin ella la palabra puede resultar frívola: puede comunicar infinidad de cosas, pero nunca tendrán nada que ver con la creación o con la vida. Para que esto ocurra debe hacer algo muy sencillo: ser consciente de ello.

Si un autor es consciente del punto de vista en el que se sitúa, puede establecer un credo: un credo personal, subjetivo, filosófico, erótico, excéntrico, coloquial, un anticredo incluso, pero que le sirva de apoyo a la hora de entender cuál es la mejor perspectiva para que un fragmento de la realidad cobre vida.

Curiosamente, el credo, la perspectiva, la mirada, la han establecido infinidad de poetas desde el agua. Desde Manrique («Nuestras vidas son los ríos») a García Lorca («Agua, ¿dónde vas?»), el agua ha servido, como tan bien vio Bachelard, de metáfora incansable para el posicionamiento del poeta en su discurso vital.

Son innumerables los ejemplos, pero, para esta aproximación sobre el posicionamiento ante la vida y su obra que el poeta debe establecer, tal vez sean acertados los versos de Vicente Huidobro en El espejo del agua:

 

Mi espejo, corriente por las noches,

Se hace arroyo y se aleja de mi cuarto.

 

Mi espejo, más profundo que el orbe

Donde todos los cisnes se ahogaron.

 

Es un estanque verde en la muralla

Y en medio duerme tu desnudez anclada.

 

Sobre sus olas, bajo cielos sonámbulos,

Mis ensueños se alejan como barcos.

 

De pie en la popa siempre me veréis cantando.

Una rosa secreta se hincha en mi pecho

Y un ruiseñor ebrio aletea en mi dedo.

 

5. LA TERCERA ORILLA DEL RÍO. El poeta

Nuestro padre no volvió. No se había ido a ninguna parte. Sólo realizaba la idea de permanecer en aquellos espacios del río, de medio en medio, siempre dentro de la canoa, para no salir de ella, nunca más. Lo extraño de esa verdad nos espantó del todo a todos. Lo que no existía ocurría.

Guimarães Rosa

Es importante puntualizar que, cuando hablo de poeta, me refiero a ese término tan cursi que se conoce como sujeto lírico, y que es la consecuencia directa de la mirada del autor. El credo lo posiciona, pero el sujeto lírico le obliga a elegir.

En este sentido, el sujeto lírico se desvincula del poeta-hombre, situado en una orilla, pero siempre está en un nivel diferente al objeto resultante, que reside en la contraria.

El narrador João Guimarães Rosa, al cual las musas apoyaron infinitamente mejor en su poesía del lenguaje que a otros muchos con nombre y apellido de poeta, escribió un relato llamado La tercera orilla del río, y es aquí donde encuentro el mejor ejemplo para describir esta última nota acuática:

Soy el que no fue, el que va a quedarse callado. Sé que ahora es tarde y temo perder la vida en los caminos del mundo. Pero, entonces, por lo menos, que, en el momento de la muerte, me agarren y me depositen también en una canoíta de nada, en esa agua que no para, de anchas orillas; y yo, río abajo, río afuera, río adentro ―el río―.

Lee aquí la Parte I

ACERCA DEL AUTOR

Beatriz Rodríguez Delgado
Licenciada en Filología Hispánica. Ha trabajado como editora y colaborado en revistas y en guiones de documentales. Actualmente dirige la editorial Musa a las 9, el Festival de Poesía y la revista POEMAD.