Campus logo

Y tú… ¿cuánto vales?

6 de Noviembre de 2014

«Todo necio confunde valor y precio», Antonio Machado

Por mal que les sepa todavía a demasiados, hace ya siglos que sabemos que la Tierra no es el centro del Universo ni nosotros fruto de un diseño inteligente y superior.

Sin embargo, seguimos actuando como si fuéramos los reyes de la creación. Transitamos por el planeta disponiendo a nuestro antojo de todo lo que pillamos por el camino sin meditar las consecuencias. Y, aunque es evidente que hemos progresado y que en el pasado fue mucho peor, también es cierto que en nuestra esencia persiste el instinto depredador.

humor

Ilustración de Stephff (Le Monde)

En paralelo a nuestro lado más bárbaro, en muy poco tiempo los humanos hemos alcanzado cotas increíbles de conocimiento y nuestra capacidad creativa está fuera de toda duda. Lo que todavía no prospera es la capacidad de pensar a largo plazo, lo que nos ha llevado a provocar problemáticas sociales y ambientales de gran magnitud, por cuya resolución no estamos haciendo lo necesario. Los conceptos “interés general”,  “bien común” o“colectividad” no acaban de arraigar en nuestra mente tecnológicamente intrépida pero emocionalmente rudimentaria. Menudo cul-de-sac. Y menudo desastre para las especies con las que compartimos el planeta: desde 1970, reza el Informe Planeta Vivo 2014 de WWF, las poblaciones de especies han disminuido en un 52% a escala mundial.

Por suerte, hace ya muchos años que una miríada de científicos inventaría la biodiversidad de la Tierra mientras que otros muchos investigadores multidisciplinares intentan cuantificar el valor de los organismos. ¿El objetivo? Tener argumentos que convenzan a los gestores de la necesidad de su conservación. Parece ser la única vía que funciona. Poner precio a la cabeza de todo quisqui viviente y darle una utilidad que nos persuada de que una especie vale más viva que muerta.

Conceptualmente, el tema se las trae. Pero es que además no afinamos bien los cálculos. No sabemos valorar el medio ambiente, dice el socioecólogo Ramon Folch en un artículo, lo que es intelectualmente lamentable y económicamente fatal.  Pongamos el ejemplo citado por Folch: si por término medio un bosque europeo contiene unos 100 m3 de madera y un m3 se paga a 70 euros, ¿podríamos concluir, entonces, que una hectárea forestal vale 7.000 euros? ¿Es ese el valor real de esa porción de bosque? Sin duda, no lo es. Sería lo mismo que valorar un cuadro, aunque fuera la Gioconda, sólo en base al precio de su marco, del lienzo, las pinturas y la mano de obra.

Sin duda el bosque es mucho más que un alijo de madera, mucho más que un lugar donde ir a saquear la población de setas en otoño. Su capacidad de fijar CO2, de albergar una gran biodiversidad, de proteger el suelo de la erosión, de retener la humedad, de suministrar materias primas y productos y de brindar un espacio donde pasear tiene un valor que a día de hoy, aun no sabemos calcular. Porque es incalculable. Como lo es el valor de una especie y por supuesto, de un congénere, aunque no sea oriundo del cogollito planetario.

No parece que esa tendencia de ponerle precio a todo con el único enfoque de redundar en la prosperidad futura de unos cuantos sea una idea sostenible a largo plazo. No obstante, si ahora toca ir de este palo, pongámonos todos a ello. ¿Aprovechamos para cuantificar exactamente lo que valen cada una de las funciones que desarrollamos? ¿Evaluamos si son útiles, o más bien todo lo contrario? Todo indica que cuantificarlo todo, describir la realidad sólo a través de números, es una manera muy pobre de ver un mundo enormemente complejo.

Porque todo tiene un valor, desde luego. Pero un valor que va infinitamente más allá de lo meramente pecuniario.

ACERCA DEL AUTOR

Eva van den Berg
Redactora y editora de secciones para la edición española del National Geographic. Guionista y documentalista.