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Pero, de pronto, el viento

16 de Octubre de 2014
García Lorca
Una vida en la que la poesía y la música se entremezclaban. Desde pequeño han formado parte de mí, de la España que más quiero. Federico y Fernando García Lorca, Enrique Morente o Pepe Habichuela son artistas imprescindibles para nuestra historia, y aquí os cuento lo que significan para mí.

Podría ser que todo fuera selva desde la niñez. La adolescencia era un bosque confuso. Vivíamos en la ciudad y todos tenían un poder sobre nosotros, convencidos de ser lo que debían: profesores o simplemente adultos en su papel civilizador. Arañábamos sombras. Había unos pocos lugares donde destellaban fragmentos de certeza. Venían de antiguo, atrás de nuestro nacimiento, en las páginas de ciertos libros. Los sacaba de la estantería de mi padre, sintiendo en la piel el grosor de sus lomos: obras completas de Antonio Machado y Federico García Lorca, en ese papel biblia menos riguroso y más afín que el del Evangelio.

Camarón, Morente, de Lucía, Habichuela

También, apartando los deberes, en la tarde silenciosa, hurgaba entre los discos de mi padre. Me fascinaban aquellas portadas con jóvenes melenudos, acompañados por guitarristas de ceño fruncido, muy atentos a sus manos. Camarón de la Isla con Paco de Lucía. Enrique Morente con Pepe Habichuela. En sus voces de tierra, en el sonido acuático de la guitarra, volaban los añicos de otras certezas, que uno podía reconstruir como un puzzle. Mi madre le decía, riendo, a mi padre: «Presumes que eres la ciencia / pero yo no lo entiendo así. / Porque como siendo tú la ciencia / nunca me has comprendido a mí».

Tendría diecisiete años cuando, después de beber mucho vino de mal de amores, me dirigí al Paseo de los Tristes de Granada, donde iba a escuchar por primera vez, al natural, la voz de Enrique Morente acompañado por Pepe Habichuela.

Enrique cantaba por Pedro Garfias, poeta del exilio: «Él iba solo / tambaleándose… / Borracho de amor, / borracho de hambre, / borracho de alcohol, / quién sabe». Aquel cante se dirigía a mí en medio de la selva confusa. Y entendí la fraternidad del flamenco con la poesía, donde se desnudaban un puñado de segundos esenciales.

No sé de nadie que haya cantado poemas como Enrique Morente ni haya elegido tan bien las mejores coplas que cantaron maestros muy viejos.

Lorca, un favorito

Entre todos ellos, hay un poema especial, De pronto, de Francisco García Lorca, uno de mis favoritos de cualquier época y de cualquier lengua. Dentro de sus versos, se produce un encuentro inaudito: la del lector consigo mismo. Lejos del bosque urbano se ha derrumbado todo lo que no nos permitía escuchar. Y la naturaleza ―nuestra naturaleza― habla a través de nosotros.

El pájaro en la rama

y, de pronto, no estaba.

 

El árbol en silencio

pero, de pronto, el viento.

 

La tarde está en mis hombros

y, de pronto, yo solo.

 

Un pájaro en el viento

me trae tu recuerdo.

 

Y creyendo estar solo,

de pronto, yo miraba

con la luz de tus ojos.

Tras la muerte de Morente

Cuando murió Enrique Morente, lo mejor de su silencio quedaba en otros. Lo comprendí cuando escuché a Pepe Habichuela, en un teatro, tocando, ahora solo, la granaína con la que Morente cantaba este poema de Francisco García Lorca. Todo ese arte, esa unión del flamenco con la poesía, ahora se volcaba plenamente a través de la guitarra prodigiosa de Pepe Habichuela. Cuando él toca, todo el bosque se mueve.

El próximo sábado, Inma Chacón y yo pondremos algunos poemas entre los árboles. Miraremos con la luz de otros ojos gracias a Pepe Habichuela, que es uno de los mejores guitarristas del planeta. Hay que escucharlo. «El árbol en silencio / pero, de pronto, el viento».

ACERCA DEL AUTOR

Ernesto Pérez Zúñiga

Es licenciado en Filología Española por la Universidad de Granada, ciudad donde creció y en la que realizó sus estudios desde la infancia.

Como narrador es autor del conjunto de relatos Las botas de siete leguas y otras maneras de morir (Suma de Letras, 2002) y de las novelas Santo Diablo (Kailas, 2004. Puzzle, 2005), El segundo círculo (Algaida, 2007), con el que consiguió el XVI Premio Internacional de Novela Luis Berenguer,  El juego del mono (Alianza Editorial, 2011), La fuga del maestro Tartini  (Alianza editorial, 2013), por la que ganó la XXIV edición del premio de novela Torrente Ballester, y No cantaremos en tierra de extraños (Galaxia Gutenberg, 2016).

Entre sus libros de poemas destacan Ella cena de día (Dauro, 2000), Calles para un pez luna (Visor, 2002), por el que recibió el Premio de Arte Joven de la Comunidad de Madrid,  Cuadernos del hábito oscuro (Candaya, 2007), y Siete caminos para Beatriz, (Vandalia, Fundación Lara, 2014).

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